martes, 30 de octubre de 2012

Pobreza y violencia con rostro de mujer


En Colombia el 50% de la población son mujeres. El 63% de las denuncias recibidas por algún tipo de violencia contra la niñez, vincula a una niña. El 80% de las denuncias sobre violencia sexual, es contra una niña, la mayoría de ellas entre 10 y 14 años. Estas son algunas de las estadísticas contenidas en el estudio“Por ser Niña”, realizado por la Fundación Plan, divulgado recientemente.

Las niñas, culturalmente, siguen siendo “preparadas” para labores reproductivas y domésticas. Deben servir de soporte a la economía del hogar, pero a diferencia de los niños, éstas lo hacen preferentemente en actividades que van marcando su destino, encerrándolas en esa esfera y anulando sus posibilidades de formación y creación en otros ámbitos sociales. Generalmente, el trabajo inicia cuando son pequeñas, y deben encargarse de otros menores para colaborar con la madre, quien a su vez, es cabeza de familia, y se ve obligada a desarrollar actividades de baja remuneración, debido a su escaso nivel educativo. Es un lastre que se perpetúa y, con mayor énfasis, entre las mujeres del campo.

Género, generación y raza se superponen en ambientes de pobreza y violencia derivando en la máxima condición de vulnerabilidad.

Es cierto que las mujeres cumplen un papel de suma importancia en la estructura familiar, al ocuparse de la educación de los hijos, pero esto no significa que sus actividades deban relegarse única y exclusivamente a ello, ya que al hacerlo se limitan sus posibilidades de desarrollo y autonomía. Y, en ausencia de una paternidad responsable, esta condición cultural y de educación también determina el futuro de los hijos, pues son las madres, con su escasa formación para la vida pública, condenadas a las profesiones de menor remuneración, las que moldean a las nuevas generaciones.

Es una radiografía muy cruda, en la que a pesar de las dificultades, de las privaciones, de la violencia sexual (que generalmente ocurre en el círculo íntimo, en el núcleo familiar), emergen valientes mujeres dispuestas a todo con tal de cambiar el destino de sus hijos y asegurar para ellos mejores condiciones que las que tuvieron para sí mismas.

Leyéndolo, quedan múltiples temas, que no se pueden resumir en un artículo, pero, en principio, reflexiono sobre las mujeres dedicadas al servicio doméstico. Qué mal que nuestra estructura social perpetúe una herencia colonial que más se parece a la esclavitud. El rol que desempeñan, desarraigadas de sus hogares y costumbres, separadas de sus hijos, es fundamental para nosotras, las otras mujeres. Son ellas quienes nos otorgan verdadera libertad, para trabajar, para disfrutar de momentos de ocio, para estudiar, porque, sin ellas, en esta sociedad, estaríamos esclavizadas, al frente de las tareas de aseo y preparación de alimentos, y al cuidado cien por ciento de nuestros hijos. ¿Y cuál es el trato que les damos a éstas, mujeres como nosotras? ¿No les queda algo o mucho de culpabilidad?

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