En
su cuenta de Facebook, un político de la región, reconocido por sus campañas de
repartición de comida, escribió: “es mejor regalar la comida que votarla”.
Un
simpático error ortográfico que engloba muchas y amargas realidades.
En
Colombia, según un reciente estudio del DNP, del 100% de la comida producida,
almacenada, distribuida y efectivamente consumida, se pierde el 34%.
Dicho
estudio afirma que cuando se hace referencia a pérdidas, se están relacionando
las etapas de producción agropecuaria, post cosecha y almacenamiento, y
procesamiento industrial. Mientras que,
al referirse a desperdicio se hace relación a los alimentos que se descomponen
en las etapas de distribución y retail, y a aquellos que son desechados después
de su preparación para ser consumidos.
Los
datos revelados por el estudio pueden resumirse así: una tercera parte de los
alimentos que el país podría llegar a consumir durante un año se pierden o
desperdician. De este total, el mayor
porcentaje sucede en las pérdidas, cercanas al 65%, y un 35% aproximadamente se
desperdicia. De este último porcentaje,
los desperdicios en los hogares corresponden a cerca del 15%.
El
eje cafetero ocupa el tercer lugar en el país entre las zonas con mayor pérdida
y el segundo lugar en desperdicios.
De
todas las necesidades humanas insatisfechas, la alimentación es la más
apremiante.
En
nuestro país, según un completo mapa de desnutrición en Colombia realizado por
la Universidad Nacional, en la última década murieron 18 personas diariamente
por desnutrición y patologías asociadas, la mayoría niños menores de cinco años
o adultos mayores de 65. Un total de 63 mil personas muertas en este período de
tiempo
Los
casos que mayor difusión e indignación han alcanzado son los de los niños
muertos en La Guajira, pero el estudio revela que la muerte de menores a causa
de la desnutrición afecta al 74% de los municipios del país, es decir, este
fenómeno está presente en 836 de los 1.118 municipios existentes.
El
drama aumenta porque las políticas del Estado, que pretenden atender a las
poblaciones de mayor riesgo (niños menores de cinco años, madres lactantes y
adultos mayores), han sido cooptadas por los politiqueros, que han hecho de la
necesidad de sus votantes lucrativos negocios, tanto en la distribución de las alimentaciones
escolares como en el suministro de alimentos para garantizar feudos
electorales.
Creo,
como el político de la publicación, que botar la comida es un sacrilegio. Igualmente estoy convencida de que “Votar” la
comida -que es un buen recurso del lenguaje para designar la comida que se
regala o comercializa con fines electorales -, es un sacrilegio aún peor.
Consciente
o inconscientemente, este político nos ha recordado que en Colombia la comida
se “vota”. Es una triste realidad que
nos muestra la indignidad del ser humano, sometido a la falta de escrúpulos de
sus congéneres y a su lado más oscuro.
Foto por: Sebastian Becerra