martes, 25 de abril de 2017

HECHOS ENCADENADOS EN LA HISTORIA



Leo con sufrimiento la novela “Morirás Lejos”, de José Emilio Pacheco, mexicano fallecido en  2014. El  autor va uniendo hechos muy remotos como la primera guerra judeo-romana (año 70 d.C.), con lo sucedido en el gueto de Varsovia. Toda una muestra de lo que es capaz el ser humano cuando se activa ese lado terrible que desconoce al  Otro, y lo lleva incluso a exterminarlo disfrutando de su sufrimiento.


En el gueto de Varsovia se vivieron las peores privaciones, agravadas por el hacinamiento. Una vergüenza de la cual Europa y su modernidad no terminan de recuperarse.


En un capítulo titulado “Grossaktion”, encontré el siguiente párrafo: “Atraviesan el gueto autobuses turísticos. Por sus ventanillas se asoman rostros que la curiosidad desfigura. Para los alemanes se trata de una visita al zoológico. Göbbels les ha enseñado qué significa el poder y cómo hay que despreciar a las otras razas”.



Este texto me llevó a pensar en la actualidad, en donde el turismo de favelas, por ejemplo, es corriente en Río de Janeiro. Práctica polémica, por lo demás, porque algunos consideran que no aporta nada para mejorar las condiciones de seguridad, micro tráfico y pobreza que allí se presentan, y otros, al contrario, creen que es una oportunidad de ingresos para la población más pobre.




Igual sucede en lugares como “El Islote”, una pequeña porción de tierra firme cercana a 1 Ha, que hace parte del archipiélago de San Bernardo ubicado en el golfo de Morrosquillo (Marcela Lizcano hizo una película el año pasado titulada Isolated,).

En este espacio en el que viven cerca de 600 habitantes, el amontonamiento es apenas una de las caras de la pobreza.  Los visitantes descienden allí a ver un precario acuario con algunas especies de tiburones y tortugas. Pero también se ofrecen recorridos por el lugar.  Los habitantes miran indiferentes a los turistas maravillarse con lo pintoresco de las construcciones, con la historia de la abuela que tiene treinta y pico de nietos, o los relatos de las relaciones que vinculan la descendencia a no más de seis familias.


A regañadientes recorrí una parte, a través de las propias casas porque allí no existe el concepto de espacio público. Tuve vergüenza de estarme paseando y contemplar su miseria.  Sin la posibilidad de modificar nada de aquella realidad, al internarme en su cotidianidad, me sentí obscena.  


Algunos sostienen que, como en las favelas, esto ayuda a los pobladores a obtener recursos.  Yo creo que cualquier ingreso, que no debe ser muy alto, derivado de esta observación indiscreta;  de esta falta de humanidad que simplemente los “toma” por un instante para sorprenderse con sus carencias  y  luego  olvidarlos sin ningún remordimiento, no agrega mayor cosa.


Y que quienes allí descendemos para ver a los pobres “en vivo y en directo”, no distamos mucho de aquellos alemanes que observaban a los judíos humillados en el gueto, teniendo la sensación de estar asistiendo a un zoológico.

Fotos: Jess Ar

martes, 18 de abril de 2017

SER MUJER Y EL NINGUNEO


Foto: Vanguardia Liberal


Octavio Paz en su libro El Laberinto de la Soledad, se refiere a “ningunear” como aquello que significa mucho más que ignorar o menospreciar. En palabras de Paz, “El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno”.


El feminicidio, definido como “el asesinato de una mujer por su condición de ser mujer, o por motivos de su identidad de género”, aumentó en un 22% entre el año 2015 y el año 2016.

Hoy lamentamos casos como el de Claudia Giovanna Rodríguez, amedrentada por su ex pareja quien finalmente le dio muerte en su lugar de trabajo en Bogotá, o el de Paulina Tascón de 18 años asesinada por su novio en Medellín, quien acto seguido se quitó la vida. Aquí en Pereira, esta semana tuvimos la noticia de un hombre que por celos atacó a su esposa 14 veces con arma blanca y quien llamó él mismo la ambulancia porque “no se trataba de matarla, solo de darle un buen susto”.

Estos ataques con desenlaces fatales son solo la cara más visible de una tragedia extendida y que tiene muchos matices: la de ser mujer en una sociedad con arraigos fuertemente patriarcales y machistas.

Desconocer la opinión de las mujeres o callarlas, recordándoles labores “más apropiadas para ellas”, tratarlas en todo momento como objeto sexual, segregarlas en el núcleo familiar, despreciarlas en su lugar de trabajo, obstaculizarles su ascenso en ámbitos competitivos como el deporte, la representación democrática o los cargos directivos, también constituyen un grave maltrato.

Todos los días las mujeres debemos luchar para ser reconocidas. Diariamente se deben superar los señalamientos que relacionan la personalidad fuerte con el hecho de ser “muy bravas”, “machorras” o “lesbianas”; o soportar las constantes bromas socarronas que presumen “la falta de macho” cuando las mujeres tienen carácter para defender sus pensamientos y opiniones.





Para llegar al feminicidio se requieren años, sino siglos, de opresión ininterrumpida que moldea el carácter hasta hacerlo sumiso, resignado, obediente.

Llegar a ser víctima de una agresión física, aunque no en todos los casos, pasa por soportar de manera reiterada el desconocimiento, la negación, la orden imperativa, la restricción celosa, la posesión, el acallamiento, el servilismo, la contención. Todos estos actos debilitan la identidad de la víctima llevándola a niveles ínfimos de auto confianza y estima propia.

“No te mueras por mí”, es una iniciativa de una ONG peruana que recoge 25 testimonios de las cartas de “amor” y de “perdón” que hombres abusadores escribieron a mujeres reales. Este libro tiene una parte “blanca” en donde se consignan los escritos que contienen arrepentimientos y promesas, y una parte “negra” en donde se cuenta el desenlace que sufrieron las mujeres que decidieron perdonar a sus victimarios.

A ello habría que agregar: No te calles por mí, No te dejes opacar por mí. No pierdas tus sueños por mí. No te dejes mandar ni regañar por mí. No te dejes dirigir la vida por mí. En fin, no dejes de ser Alguien para convertirte en Ninguna.


Foto:Trujillo web

martes, 11 de abril de 2017

EL CANIBALISMO SOCIAL


Nuestra sociedad es aquella que, como la definió en estos días un amigo cercano, “ejerce un profundo canibalismo social”.
Esa expresión tan peculiar quiere significar que estamos siempre prestos a devorarnos entre nosotros, en razón a las más variadas motivaciones.

A pesar de la diversidad de posiciones e intereses, estamos obligados a convivir y a subsistir “asociados”. Sin embargo, el rasgo más notorio de esta época es el individualismo. Vivimos en el aciago mandato del “sálvese quien pueda”.

Particularmente, me impresionan el odio y la falta de respeto con los que se llevan adelante los debates de los temas de interés general.  Es notorio cómo los adjetivos reemplazan a una crítica sustentada en argumentos, y la difamación es la regla de uso cotidiano. Ese “calumniad que algo queda”, permea completamente nuestras estructuras sociales. Los infundios, que últimamente a los teóricos les ha dado por llamar la “posverdad”, se difunden indiscriminadamente, especialmente por las redes sociales, siempre tan prestas a dar por cierta cualquier afirmación sin tomarse el trabajo de verificar su veracidad.



El país cuenta con buenos ejecutivos líderes en sus empresas y negocios, académicos serios, y profesionales independientes muy bien calificados. 
Muchos de ellos exitosos y bien intencionados, no se plantean la posibilidad de un servicio social, un cargo en el gobierno, o la participación en política; les aterra, y con sobradas razones, el riesgo de estar sometidos a todo tipo de injurias, maledicencias y tergiversaciones.

Socialmente disuadimos, en lugar de persuadir, a nuestros mejores hombres y mujeres de participar en los asuntos públicos. La necesaria exposición de quienes ejercen liderazgos en la comunidad, ya sea a partir de una columna de opinión, un cargo en la administración del Estado, una dirección gremial, etc., se ha convertido en una licencia para propinarles todo tipo de agresiones. Partimos de la base de que todos son malos, ladrones, o guiados por mezquinos intereses personales, y en el paisaje de la representación democrática no queda títere con cabeza. 

Por eso es de celebrar que todavía personas buenas se le midan al asunto, como la recién nombrada Secretaria de Planeación de Pereira, arquitecta Claudia Velásquez, de sobradas condiciones para ejercer el cargo y quien constituye un verdadero lujo para cualquier gabinete.
Infortunadamente, cada día son menos quienes se deciden a aceptar este tipo de retos, sobre todo en nuestra ciudad donde este fenómeno del canibalismo social se presenta con particular virulencia. 

Y es que, a la par que nos quejamos de que siempre son los peores (mal preparados o corruptos) los que quieren hacerse cargo de lo que a todos nos corresponde, estamos listos para saltar encima de quien se postula o asume un liderazgo para desollarlo vivo. Lo que hacen los demás nos parece “sospechoso”, por el simple hecho de no haberlo hecho nosotros, y en esa tónica ni hacemos ni dejamos hacer.

Así se nos va la vida en estos juegos de poder, y llevados por la envidia y los celos intentando joder al otro nos jodemos a nosotros mismos.


Créditos imágenes: Runrunes y Semana.

martes, 4 de abril de 2017

LAS COSAS QUE NOS PASAN



Vivimos tiempos convulsionados. O, al menos, el torrente de noticias que nos atropellan todos los días, la siguiente más mala que la anterior, nos da esa sensación.
Todos los días expuestos a la injusticia, la incertidumbre o el sufrimiento que se derivan de los actos de corrupción, de los desastres naturales, del consumo de drogas psicoactivas en todo momento y lugar, del aumento de la violencia intrafamiliar y de género, entre otros muchos hechos a los que nos vemos enfrentados.


Es tanta la desesperanza que las noticias optimistas (que existen) se ahogan y apenas son comentadas, y no alcanzan para elevar el ánimo colectivo.

Entonces, viene la pregunta por un futuro que se presenta lleno de incertidumbres. Y el obligado cuestionamiento personal, la evaluación íntima acerca de lo que cada uno de nosotros hace o hará para dar solución, aunque sea parcialmente, a tantas necesidades, a este nivel de impunidad que nos sobrepasa y  al individualismo creciente que asfixia la vida social.

Somos herederos por imposición de una cultura europea que sufre de un agotamiento a todo nivel.  Se sobreexplotan los recursos naturales, y los principios en los que se basó la modernidad (de la que aún somos tributarios así sus lógicas se hayan profundizado) parecen tambalearse frente a las iniquidades del mundo globalizado.  Nuestro lugar en la repartición de los bienes del mundo es precario: somos la periferia de la periferia.

Seguimos siendo una colonia  y nuestra mentalidad continúa colonizada. La máxima ambición de muchos de quienes nos gobiernan es ser aceptados en los circuitos de la metrópoli, no para participar de las decisiones y de alguna manera defender los intereses de la Nación, sino para acceder a las migajas que se reparten en cocteles: embajadas y cargos burocráticos en los organismos internacionales como la ONU, el BID, entre otros. En la provincia el esquema se repite. Anhelamos ser invitados a una comida en la Casa de Nariño o  a una que otra fiesta con los poderosos de turno, para recibir de ellos ese toque de “inclusión” que nos redime de nuestra condición de provincianos. 

La corrupción es el origen de los males que nos aquejan y, de manera alarmante, ha permeado nuestro sistema de gobierno a todos los niveles.  Las honrosas excepciones que se puedan invocar solo confirman esta amarga regla.  Es lo natural, podría uno pensar, puesto que vivimos en un sistema que ha entronizado el anhelo por el dinero y el poder como único fin de la existencia.  Y, sin embargo, aceptarlo equivaldría a entregarnos.

¿Hasta donde devolvernos para encontrar un asidero, un lugar firme que nos permita tomar fuerzas e intentar un nuevo comienzo?  He ahí una buena pregunta que no es posible responder sin profundizar  en la incipiente historia  de la Nación que nos cobija. E incluso atrás, mucho más atrás, del momento en el que fuimos “descubiertos”.