Más allá de los juicios de valor, es evidente que existe una
cultura del cuerpo y de la voluptuosidad artificial en nuestra ciudad.
Las mujeres son las grandes perjudicadas con estas aspiraciones, que transfieren el sentido de la existencia a
las formas corporales.
Son patrones entronizados artificialmente en los imaginarios,
tanto femeninos como masculinos, que parecen descalificar a quienes no logran
alcanzarlos.
Los maniquíes femeninos de nuestra ciudad ostentan, orgullosos,
unos senos desproporcionados, al igual que otras curvas, también poco reales.
La ropa que se vende es la que llevan, desafiantes, estas muñecas
de plástico. Las mismas que las mujeres
de carne y hueso se esfuerzan por imitar, hasta los límites de la muerte.
¿Qué responsabilidad cabe al aparato educativo, y a las mismas
autoridades de salud, en este tema?
Al tiempo que la bulimia y la anorexia son reconocidas como
enfermedades con un alto componente sicológico, y empiezan a ser combatidas; y
los estilos de vida saludables parecen disputar a los estándares voluptuosos
los ideales femeninos, sobre todo en los estratos altos, en los medios y bajos
sigue reinando el ideal de mujer siliconada, aumentada o reducida a punta de bisturí.
Del mismo corte de las mujeres de plástico en las vitrinas, son
las vallas publicitarias de los cirujanos dedicados a la estética
femenina. Es ofensiva, por decir lo
menos, la imagen de una mujer que se toma un seno de proporciones futbolísticas
(más que una glándula mamaria parece un balón de carne), y a la que acompaña
una leyenda que propone algo como un “te lo mereces”.
¿Qué será lo que se merece la infeliz de la fotografía? ¿Una
lumbalgia a perpetuidad? ¿O un record guiness?
Tenía una conocida que se quedó en mi recuerdo por la triste
reflexión que proponía a su esposo. En
un exceso de “originalidad”, le pedía que si se cansaba de su humanidad, en vez
de buscarle reemplazo para satisfacer sus apetencias, invirtiera en ella. Propuesta degradante, que consistía en
convencer al marido de sufragar los costos de una cirugía estética. Una especie de transacción del tipo
“reencauche”, cuyo sólo recuerdo me espanta.
Es así, triste como suena, para las mujeres que nos ha tocado
vivir este tiempo de des- sujeción, en donde el ideal de la vida, como lo
expresa Robert Redeker en su libro Egobody, se ha trasferido al cuerpo. Corporeidad carnuda o musculosa, pero vacía
de ideas, dignidad y autoestima.