¿Qué autoridad controla las emisiones sonoras, en lugares privados
de acceso masivo al público?
Es una pregunta que me ha venido surgiendo.
Cada vez que me veo obligada a acudir a un centro comercial, a decir
verdad en unos más que en otros, es llamativo, por no decir intolerable, el
nivel de ruido. Las músicas ambientales
que disponen en los pasillos se sobreponen a las de los establecimientos.
Entonces, el cliente-visitante queda envuelto en una marea de melodías múltiples
que terminan aturdiendo.
Todo un asalto al oído.
Recientemente fui a cine con mis hijos, a ver una película
infantil.
La magnitud del sonido de los cortos, proyectados con anterioridad
a la cinta principal, era francamente intolerable. Acudimos al funcionario presente en la sala,
para pedirle que disminuyeran el tono.
Recibimos como respuesta la siguiente: que este es más elevado en los
cortos, pero que al iniciar la proyección principal disminuiría. En efecto, se redujo un poco. Pero estoy segura
que seguía siendo excesivamente alto.
Ni hablar de bares y discotecas.
Tuve, hasta hace poco, una oficina en la Avenida Circunvalar, con
una bonita terraza que daba a la vía principal.
Allí, además del rugir de los vehículos –que ya es bastante-no se podía
trabajar después de las cinco de la tarde. En un bar vecino empezaba la“función”
a esa hora. Una serie de parlantes gigantes proyectados a la calle,
emitiendo música electrónica, a tantos decibeles, que vibraban hasta los clips en el
escritorio. ¿Solución? Trabajar,
resignadamente, hasta las cinco, ante la imposibilidad física y mental de
hacerlo después de que se daba apertura al ruidoso establecimiento.
Al asistir a restaurantes, lugares de encuentro para compartir una
cena o unos buenos vinos, y, sobre todo, para la conversación, hay que pedir a
los meseros que bajen el volumen, a menos que los comensales quieran hablarse a
los gritos: tanto es el estruendo de la música de fondo que disponen para
“amenizar” la comida. O, nos vemos sometidos al atropello de un músico,
saxofonista u organista, que parece imponer la atención a punta de elevados, y no en pocas ocasiones, disonantes acordes.
Así es mi ciudad. Recuerdo
entonces que a las pereiranas nos decían sordas por otras injuriosas
razones. Este remoquete, en su
significado original, es inaceptable.
Pero, si seguimos como vamos,
sordos seremos todos en Pereira, hombres y mujeres, por la falta de autoridad y
la desconsideración de algunos ciudadanos.