martes, 24 de septiembre de 2013

¡QUÉ PENA CON LOS AMBIENTALISTAS!

Me gustan las personas preocupadas por el medio ambiente, aquellas que, decididamente, hacen su aporte para que vivamos en un planeta mejor.  Pero, con mucha pena,  tengo que decir que no me gustan las cosas hechas a lo “copy-paste”.  Medidas como el día sin carro,  parecen más un afán por sumarse a una “tendencia”, que algo que realmente contribuya a la causa ambiental.

Pereira no tiene sistemas alternativos de transporte, el sistema de transporte masivo, Megabús, además de estar lejos de ser masivo,  contamina igual que los vehículos normales puesto que el combustible que usa es el peor veneno posible: el diésel.  Es cierto que moviliza, en un solo vehículo, mayor cantidad de pasajeros, pero, con toda seguridad, el número no variará sustancialmente con el día sin carro.  No creo que ningún propietario de carro particular salga apresurado a comprar una tarjeta para usarla sólo ese día,  y darse su primera montadita en el “Mega”. 

Por otro lado, no se prohíbe el uso de taxis, que serán los grandes beneficiados. No tengo nada en contra, pero,  en términos estrictamente ambientales, el efecto se anula,  pues se sustituyen unos vehículos por otros.  Y la afectada siempre será la billetera.    Quienes tengan citas médicas, cirugías, negocios importantes, reuniones decisivas, tendrán que bajarse de los denarios que les ayuden a llegar, en taxi, a su destino.  Todo lo demás que sea aplazable se aplazará, y, con nuestra vocación fiestera,  haremos de ese día un nuevo festivo. 

Es posible que se dé una reducción en las emisiones,  producto de los vehículos que dejen de circular, lo que puede ser interesante si se miden los resultados que, a propósito, ¿quién los mide?, ¿qué entidad es la encargada de hacer el seguimiento y construir series históricas?

Los perjudicados serán los de siempre, el aparato productivo, el comercio, los que usan el transporte público,  que se verá algo más saturado;  y todo esto redundará en una pérdida económica.

La verdad es que esta medida, a secas, resulta antipática para los ciudadanos.  Se requiere de otras para hacerla efectiva.  Por ejemplo, si tuviéramos una ciclo ruta, por la Avenida 30 de Agosto, segura y de carril exclusivo; o un sistema de transporte masivo bien conectado, otro sería el cantar.  Ahí sí, bienvenido el día sin carro, y, ¿para qué?, pues para mostrarles a los ciudadanos que existen alternativas, que tienen una infraestructura que aún no han aprendido a usar, y engancharlos en su uso frecuente,  contando con que se requiere hacer un gran esfuerzo pedagógico.

Antes no.  Sin infraestructura para la movilidad alternativa, sin un transporte masivo eficiente y movilizado con energías limpias, no sé qué objeto tiene limitar la movilidad de los vehículos particulares.  Se castiga al usuario del vehículo, y a la economía, pero es un castigo que no alecciona.  Tal vez sirve para algo que resulta más bien ridículo: para que concejales y funcionarios se tomen fotos en traje de sport, montados en bicicleta.   Será el único día que lo hacen, salvo contadas excepciones.


martes, 17 de septiembre de 2013

TRABAJO EN EL SECTOR PRIVADO: ¡GRACIAS A DIOS!

Hace poco leí esta leyenda en un perfil de Facebook, lo cual, unido a las observaciones que he oído de algunos funcionarios,  me llevó a cuestionarme el sesgo que existe con respecto a la función pública.

Por definición lo público es bien de todos.  Por lo tanto, quienes obran como servidores públicos deben reunir muchas condiciones.  Además de ser honrados -que es un principio de vida, que no debería hacer especial a nadie y por lo que no se debería esperar ningún tipo de agradecimiento-, los funcionarios públicos también deben ser competentes.  Es decir, deben cumplir con los requisitos básicos para el cabal desempeño de su cargo. 

Esto difícilmente se cumple, por múltiples razones asociadas básicamente a la politiquería, que ha llevado a que se configure un estilo de administración que dispone de los recursos del Estado con fines privados.  Estas “mafias”, una vez en el poder, subvierten el sentido de los bienes públicos,  que pasan de ser usados en beneficio colectivo a servir y nutrir a la camarilla de turno.  Se toman decisiones, se orientan recursos y, se nombran funcionarios, que garanticen el lucro del administrador y de su grupo.  No estoy haciendo una acusación concreta, ni me interesa satanizar personas.   La lógica del sistema es tan fuerte que la encarnación de sus formas de actuar carece de interés.  Si hoy es Pepito, mañana será Jaimito, y, mientras se actúe bajo estas reglas los resultados seguirán siendo los mismos.

No obstante, existe un factor que también hace la diferencia.  Diez años atrás, el salario de un Secretario de Despacho era como $4 millones.   Una buena suma,  que equivalía a la remuneración a la que un profesional, con un cargo de responsabilidad, podía aspirar en una empresa, pública o privada.

Actualmente, la remuneración para estos cargos está cercana a los $6 millones, la cual parece excesivamente baja, y puede propiciar, entre otras cosas,  que no se puedan reclutar buenos profesionales, o que los que lleguen trabajen por los “extras”.   Existe la creencia de que los funcionarios públicos no trabajan,  pero la verdad es que un Secretario de Despacho labora 16 horas diarias, sábados, domingos y festivos; y tiene la responsabilidad, profesional y jurídica, de temas muy complejos.  Además, y no es cosa despreciable, estos deben cargar con el estigma de lo público, son acusados y juzgados a priori como ladrones, y, esta experiencia queda en la hoja de vida como una mancha, cuando debería ser un honor. 


Toda regla tiene su excepción y sé que existen personas que, haciendo un verdadero apostolado con vocación de servicio, trabajan por su sueldo.  Pero, mientras las cosas no cambien,  seguiremos condenados a que los bienes,  que tanto trabajo nos ha costado construir, queden en las manos menos indicadas, o en las de unos suicidas que se lanzan a luchar contra la corriente y que no hacen más allá de lo que una golondrina puede hacer por el verano.  Definitivamente, algo tiene que cambiar!!!

lunes, 9 de septiembre de 2013

A LO HECHO, PECHO

A pesar de lo inconveniente del proyecto de la Calle de la Fundación, por innecesario, costoso,  y disonante con las intervenciones precedentes en el centro, este se hizo. 

Según la justificación para la adición de recursos,  que envió la Secretaría de Infraestructura, hay cosas que se necesitan, y que sería un verdadero pecado omitirlas o dejarlas a medias.   Por ejemplo, se solicitan 1.336 millones para la renovación de las redes de acueducto y alcantarillado, y para la reconstrucción de los cárcamos por donde van las redes eléctricas, debido a cambios inevitables que obedecen a la longevidad de las redes allí encontradas.  No hacer estos cambios sería una verdadera insensatez.  Otro aspecto que parece de gran relevancia, y que era difícil de prever,  es  el reforzamiento de la estructura del pavimento, con una mezcla de concreto al 5%.  Inevitable completamente,  si no se quiere echar a perder todo lo invertido, lo que implica un aumento de 173 millones. 

Ahora bien, se hace evidente que hubo improvisaciones, porque sólo después del concurso -que estuvo en cabeza de la Sociedad de Arquitectos-, y de la posterior adjudicación de las obras, se recurrió a la opinión de los especialistas en varios temas.    Aspectos como la modificación de las especies para la reforestación, por sugerencia de los expertos del Jardín Botánico de la UTP,  que resultó en 59 millones adicionales.  O, el cambio de cañuela en concreto a cuneta, por recomendaciones del diseñador hidráulico, que implica un aumento de 227 millones.  La decisión de usar el concreto color integral para las losetas, otros 315 millones.  El aumento de las letras de bronce (para la línea de la historia), después de la revisión de la Academia de Historia, y  la incorporación tardía de los códigos QR (que se pueden escanear con el celular para obtener información adicional),  112 millones más.  Todos estos factores pudieron hacer parte de las especificaciones técnicas, si las opiniones de los expertos se hubieran solicitado en la fase de elaboración del diseño.

Finalmente, en la solicitud se engloban otros gastos producto de la ejecución de la obra, motivo por el cual se requieren  478 millones más.  Habrá que confiar en que todo esto se ha hecho tal y como se dice.


Leyendo el informe,  de la manera más desprevenida,  queda la sensación de que la Alcaldía estuvo mal asesorada, que le vendieron la idea de un proyecto excesivamente suntuoso, que además tuvo aspectos que no fueron bien evaluados antes, y que, como era de esperarse, se presentaron aquellos imprevistos lógicos al intervenir una zona en donde hay construcciones que tienen ya muchos años.  Pero, estos ya no deberían ser los debates.  Yo me pregunto, ¿entonces qué, dejamos el proyecto a medias?  Eso sí que sería una verdadera “patanada” con Pereira.  Ahora,  lo único que hay que hacer es ponerle el pecho a la brisa, adicionar lo solicitado, y vigilar porque se termine de invertir con total transparencia.  Confío plenamente en el juicio de la Secretaria de Infraestructura, es demasiado profesional como para permitir que se le dé mal uso a estos recursos.  

jueves, 5 de septiembre de 2013

DE EXTREMO A EXTREMO

Lo que va del “Rey León” a “Risaralda”

Asistí con gran expectativa a la gala de la obra Risaralda.  Viéndola, me fue inevitable recordar al "El Rey León.

Este musical,  que lleva 16 años presentándose en Broadway, noche tras noche se atiborra de entusiastas peregrinos que consideran obligatorio verlo en sus visitas a la gran manzana.   Es una obra repleta de recursos técnicos, la escenografía es deslumbrante, y los efectos son realmente excepcionales.  Cuenta con todos los recursos posibles para garantizar los repetidos "wow" que se arrancan a los emocionados asistentes.  No obstante, a pesar de que estéticamente es un espectáculo verdaderamente bello, es imposible sustraerse a la certidumbre de que es totalmente carente de contenido.  Es un digno representante de la  fábrica de entretenimiento, alienante como la producción en serie. 

Por su parte, Risaralda es una puesta en escena a la que le sobra director y le faltaron recursos.  Una iniciativa algo intelectual con un propósito social: volver actores a simples habitantes de comunidades marginadas.  Una apuesta arriesgada pero loable que rindió sus frutos:  a pesar de compartir el escenario con un actor profesional, los locales no desentonan.  Son realmente buenas las escenas de los cánticos negros y las riñas, tal vez porque son la herencia de la raza que más fuertemente se conserva.

La música es impecable, compuesta por Pablo Mayor e interpretada en buena forma por la banda pereirana Yambelé.  Me encantó la ubicación de la orquesta, un fondo traslucido que les confiere un aire de narradores fantasmagóricos.

Los aspectos más relevantes de la obra de Arias Trujillo fueron retomados por Jorge Plata, sin hacerla larga y sin perder el hilo de la historia. 

En la puesta en escena se hace el intento por captar a los protagonistas, las gentes y la naturaleza, que en la novela comparten un mismo rasgo distintivo,  su carácter salvaje e indómito.  En el caso de las gentes se logra el objetivo.  Es lógico,  puesto que el recurso principal para hacerlo son las personas, que pudieron dar lo mejor de sí gracias al entrenamiento recibido por Germán Jaramillo, el director de la obra.

En cuanto a la naturaleza, esta no corre con la misma suerte.  A pesar de los intentos de Simón Vélez, encargado de la escenografía, no fue posible recrearla porque, para ello, era imprescindible contar con recursos técnicos, lo cuales fueron precarios.  En el  teatro persisten las deficiencias, y nunca se pudieron completar los recursos inicialmente comprometidos por la Alcaldía.  Aunque todo esto me hizo recordar que no estamos en Broadway y que no vivimos en N.Y., también me impulsó a valorar que la obra está plena de trasfondo, es creativa y cuenta con la picardía de los actores,  que le aportan un sabor autóctono.   


Prefiero la carretilla del arte criollo,  plena de significancias y valerosos esfuerzos, a la fábrica del entretenimiento, cuyo contenido es bello pero vacío.  En este mundo, consumista y anestesiado, para algunas cosas, contrariando la filosofía de Pambelé, resulta mejor ser pobre que rico.