Respeto
a las personas que he tenido como jefes, en los diferentes momentos de mi vida.
Me permitieron hacer un aprendizaje y realizar labores que me brindaron
satisfacciones. En cada momento, apliqué
una enseñanza que me repetía mi padre como un mantra: “es preferible equivocarse cien veces usando el propio criterio que
acertar una vez usando el criterio de otro”. Lo cierto es que, en el ejercicio de mis labores, ellos fueron
respetuosos de mis conocimientos, mi
capacidad técnica y mis decisiones.
No
hubiera podido trabajar bajo una tutela omnipotente en la que, simplemente, se
me ordenara lo qué hacer, sin lugar a aportar, y, lo que es más importante, sin poder disentir. Así, puedo responder por cada una de las
acciones que haya realizado, ya que fueron mis decisiones, y no las de otros,
las que quedaron plasmadas en cada uno de mis actos.
Traigo
este tema a colación porque, sobre todo en el sector público, es muy común que
las personas pasen a ser de otras.
Regularmente, se revisa lo que
denominan “el respaldo político” de
los que laboran, o pretenden hacerlo, en entidades y despachos, y a la hora de
optar a un cargo este pesa más que sus competencias. Las personas pierden así su identidad, y se
vuelven cuotas de Pérez, de Rodríguez, de Díaz, etc. Esto no pasaría de ser algo pintoresco si la
regencia no se ejerciera cabalmente, y si no se vieran obligados a obrar, más
que como seres individuales, como instrumentos de otro. Su criterio y, muchas veces, sus principios,
se ven seriamente comprometidos, cuando no anulados por la voluntad de quien
obra como su Señor.
A
muchos les toca porque es la única manera de conservar el puesto, aquel del que,
seguramente, dependen para ganar el sustento, aunque, hallarle una explicación
no le resta dramatismo a la situación. Que
una persona, en sus plenas facultades físicas y mentales, tenga que pasar a ser
de otro, perdiendo así lo que le hace individuo, no puede más que lamentarse. Eso, se parece demasiado a la esclavitud!
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