Se
ha debatido ampliamente la idea de dejar peatonal la calle 19.
No
voy a hablar de conveniencias o inconveniencias, haciendo la salvedad, eso sí,
que muy pocas entradas vehiculares tiene el centro y que, como dije antes, este
no puede verse como un proyecto aislado, debe complementarse con obras de
espacio público y parqueaderos en la periferia.
Seguramente,
en un país ideal, el espectáculo que brinda la calle abarrotada de caminantes
sería encomiable y las discusiones al respecto no aguantarían debate, puesto que, evidentemente, es mejor privilegiar los desplazamientos
peatonales, en bicicleta o en transporte público, al sistema caótico y suicida del carro y la moto.
Pero,
una cosas es pensar con el deseo, y otra la realidad. Primero, los carros no van a desaparecer ni
siquiera en el mediano plazo, y una política que pretenda desestimular su uso
va mucho más allá de peatonalizar una calle principal. Eso, hoy, sería más una improvisación o un
arrebato romántico.
Segundo,
aunque me encanta el entusiasmo desplegado por las organizaciones cívicas, la
experiencia lo hace a uno, seguramente
más amargado, pero, con toda certeza, más práctico. Así, me es imposible sumarme a esta
iniciativa, por bonita que me parezca, olvidando lo que sucede en el centro de
Pereira, la invasión del espacio público, el indebido parqueo que campea y se
vuelve extensión de los locales comerciales, la construcción ilegal, etc. Entonces, cada vez que siento la tentación de
sumarme a propuestas heroicas, me acuerdo de las calles 18 y 22, y siento
tristeza, de mí, de mis ilusiones de cambiar el mundo, y siento compasión por
los otros, los que todavía creen que es posible hacer verano en su calidad de
golondrinas.
Además,
frente a la perspectiva, no ya de la invasión desautorizada y simplemente
tolerada, sino de aquella institucionalizada, en unos ranchos diseñados por
arquitectos, conectados con todos los servicios públicos, que, se acordarán de
mí, no tardarán en convertirse en precarias viviendas, siento rabia, y un poco
de desasosiego. Y pienso, aquí el
problema no es el sofá, nuestro gran y único problema es la falta de autoridad.
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