martes, 28 de junio de 2016


¿LLEGÓ LA HORA?






No es fácil pronunciarse sobre el tema de la paz, porque esta es más una ilusión que nos guía que una realidad que esté a la vuelta de la esquina.

Pero, aún a sabiendas de que lo que está en juego es la firma de un acuerdo entre dos fuerzas de poder que han recurrido a la violencia, la una amparada en el uso legítimo de las armas –el Estado-, y la otra desde la criminalidad como grupo armado ilegal, un acuerdo de paz puede orientarnos a entablar una discusión social sobre la ética. 

Para sustentar los fines existen infinidad de discursos, y jamás se ha cometido un atropello a la humanidad que no esté revestido de una promesa, engalanada con cualquier cantidad de razonamientos, argumentos e ideologías.  No obstante, vivimos en un mundo que intenta reconocer,  cada día de manera más amplia y profunda,  la igualdad de los derechos del hombre,  y ello hace problemático justificar cualquier medio.

Este rechazo a los grupos armados ilegales y sus formas de proceder, sustentadas en “loables” argumentaciones, ya se había dado en Colombia con el fenómeno del narcotráfico.  En los años ochenta no estaba mal visto ser narcotraficante. Pablo Escobar pudo ser congresista y jugar a “Hood Robin”, hasta que él y sus compinches se enfrentaron a la nación colombiana con actos terroristas. En este momento el debate se profundizó, y la sociedad empezó a hacer consciencia de los horrores que rodeaban su negocio y sus exorbitantes cantidades de dinero. 

Ahora, si se firma la paz,  más que a una ausencia total de conflictos tal vez inicialmente tengamos que asistir a un recrudecimiento de los mismos, pero ellos no estarán aparentemente legitimados por un fin que “políticamente” excuse cometer crímenes, como el secuestro o el desplazamiento forzado. La guerrilla desmovilizada y desprovista de su estatus político pasará a ser delincuencia común, y ya no habrá lugar a dudosas motivaciones para su “combinación de formas de lucha”. 

Por supuesto que existen entre nosotros múltiples contradicciones: desigualdades sociales, injusticia, corrupción, contra reforma agraria, falta de cultura ciudadana para la convivencia, entre otras múltiples problemáticas cuyos asuntos sin resolver seguirán generando violencia.   Pero, bajarle el cartel a las FARC de “grupo armado político”, y llevar a quienes queden delinquiendo al nivel de criminales, es un paso seguro en el proceso de madurar como sociedad, de reconocernos como ciudadanos beneficiarios de derechos y sujetos de deberes, y, sobre todo, en fijarnos cada día más en la ética de los medios que los actores políticos y sociales utilizan para lograr sus propósitos. 


Por todas estas razones yo también abrazo el cercano cese del conflicto armado, tal y como lo hemos conocido. Me dispongo de razón y corazón para afrontar los retos que nos depara el horizonte, con la ilusión de que este acuerdo sirva para entender que ningún fin excusa cualquier manera de obrar para llegar a él.

Foto por: Diego Valencia Gómez

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