DE LA “OLLA” CRIOLLA AL “BRONX”
Recientemente, los colombianos nos sobresaltamos con los macabros
descubrimientos realizados en el denominado Bronx.
Nos miramos las vísceras y sentimos el agobio de la náusea, porque
lo visto nos hizo caer en cuenta de que todos somos susceptibles, en cualquier
momento, de rodar por esos abismos.
El lenguaje no es en absoluto inocente, y, en este caso, la
migración del nombre –de olla a zona de cartucho, y de allí al Bronx- es
expresión de cómo se han venido ampliando y globalizando, en todos los ámbitos
y estratos sociales, las personas que se ven atraídas por este inframundo.
Durante los operativos realizados se encontró de todo: niños
travestis, extranjeros secuestrados, turismo psicodélico vip, y un sinnúmero de
mezclas y variantes a cual de ellas más aberrante.
En el ámbito local, en el año 2004, cuando habían concluido en
parte las obras de renovación urbana de Ciudad Victoria, la ciudad se
enfrentaba con una paradoja: enseguida de los grandes centros comerciales e
institucionales, ad portas de ser inaugurados, seguía vivita y coleando la
“olla” criolla.
Se hizo lo que mejor se pudo, puesto que lo que allí sucede excede
las posibilidades de cualquier mandatario local. Además de los operativos
policiales, se demolieron las edificaciones que albergaban a todos estos
pobladores y, así, se dio un control parcial a la zona para poder mostrarla con
la cara maquillada de la renovación urbana.
No obstante, el problema no desapareció, sino que simplemente se
dispersó (ver artículo de El Tiempo publicado el 9 de junio: “Los cuatro Bronx
que sobreviven en las capitales del país”).
Pareciera que ante la imposibilidad de acabar con la “olla”, mejor
sería concentrarla en un solo lugar.
Esta medida tiene múltiples ventajas.
La “olla” concentrada es más fácil de
controlar, su nefasta influencia se limita y, aunque lejos de ser una
solución, tener a sus pobladores ubicados en una sola zona permitirá
mantenerlos en las mejores condiciones de salubridad, seguridad, y atención.
Regresar a los habitantes de estas zonas a la vida normativa, intentando revertir el nefasto proceso de desestructuración humana que la droga ha operado en ellos, es un camino largo y difícil. Mientras tanto, mejor sería reconocer esta realidad y lidiar con ella de la manera más “sensata” posible, imponiendo ciertos límites y reglas, allí donde el delito habita a sus anchas pero donde también hay personas que han caído en el inframundo y no son, necesariamente, delincuentes.
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