martes, 10 de mayo de 2016


LO QUE PASA EN EL PARQUE OLAYA



El parque Olaya es, tal vez, el espacio público más central de nuestra ciudad. 

En él, las áreas para el encuentro ciudadano y el deporte están claramente diferenciadas, y esa diferencia se ha venido convirtiendo en una brecha radical, como si se tratase de un espejo de las potencialidades más elevadas y las problemáticas más complejas que afronta una sociedad.

En el sector occidental, cruzando la calle 21, el parque permanece repleto de ciudadanos que practican deporte y utilizan sus instalaciones -muy estrechas ya para la amplia demanda que tienen-, haciendo todo tipo de actividades deportivas, mediante las cuales se las ingenian para usar el espacio disponible. 

No obstante, el panorama cambia en la zona oriental.  Ubicada debajo de frondosos árboles, esta zona colinda con la antigua estación del ferrocarril y con el edificio de la Gobernación, y lo que allí se ve, a plena luz del día, es triste, por no llamarlo desastroso.

En este sector se ubican -últimamente mucho más que antes- jóvenes cuya única ocupación es drogarse, usando para ello diferentes sustancias.  En una tarde corriente, tipo lunes 4 pm, pueden verse hasta 80 jóvenes, de los cuales a la distancia lo que más claramente se percibe es el humero. 

Y entonces, no se entiende cómo es posible que el parque sea uno, tan vivo y activo, en su sector occidental, y apenas cruzando la calle 21 se convierta en un verdadero sopladero a la vista de todos. 

Es cierto que existen los drogadictos, las pandillas y el micro tráfico urbano, y que estos son problemas de difícil solución.  Pero, este tipo de prácticas hacen del parque un lugar de miedo, y, a mi juicio, inútil desde el punto de vista de lo que significa el espacio público.

El espacio público, como la ciudad, son primero una idea que un espacio físico.  Primero los deberes y los derechos, el comportamiento ajustado a reglas de convivencia,  y después el espacio en el que estos se concretan. 

Un parque usado para violar las normas y excluir de su uso a quienes no comparten las actividades que allí se practican deja, automáticamente, de ser espacio público, y se convierte en un lugar hostil, completamente perdido para la ciudadanía.  

Sucede aquí, sucede allá.  Los viciosos se han apoderado de la mayoría de los parques, sobre todo en los barrios, mientras niños y adultos deben refugiarse en sus hogares muertos de espanto.

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