lunes, 24 de febrero de 2014

MI NOMBRE ES MARTHA ALZATE

Tengo una tocaya que aspira a la Cámara por el partido MIRA.  No la conozco, y tampoco tengo una opinión sobre su proceder.  Pero, como ambas hemos estado en el quehacer público–ella, como representante, yo, como funcionaria, en espacios académicos o profesionales-la gente nos confunde, y eso me ha servido para entender lo que podría sentir si ella fuera yo.

A partir del ejercicio he comprendido que, aunque me gusta la política, tengo más deseos que decisión en cuanto a lo público.  Y es que al pensar en participar en primera persona, tal y como están las cosas, siento que no podría asumir todo lo que ello conlleva. 

No es que me arredre ante el trabajo -escuchar, convocar y tratar de dar solución a los problemas prácticos de la vida social en una ciudad o región-, es que tengo una inmensa dificultad para responder con mi honra y mi integridad por el tipo de política que se hace,que guarda tantas y tan oscuras relaciones con la esfera criminal. Por el mismo carácter de nuestra sociedad, mafia, contrabando, carteles de contratación, o el tráfico de intereses,  orbitan alrededor de esta actividad, directa o indirectamente, y hacen que pierda los sentidos de servicio social y de protección del patrimonio común que le son inherentes.

Para “mojarse” en política, tal y como ella es hoy, se necesita, primero,  someterse al ejercicio democrático de la elección, en el que los apoyos políticos son importantes.   Yo me pregunto, ¿con cuál de los políticos, dueños actualmente de los caudales electorales, sería capaz de tomarme la foto? Creo que con ninguno.  Lo otro sería resignarse a perder, lo cual es un contrasentido, pues se participa para ganar y poder actuar. Y, suponiendo que sea capaz de ganar,  desafiando las lógicas del sistema, el llegar a ser titular de una responsabilidad tan importante obliga a ir contra intereses, prebendas y verdaderas empresas que se lucran del erario público, poniendo en juego la integridad personal, si no se desea cohonestar con lo que sucede.


Guardo la esperanza de un día en que nuestra sociedad se haya desarrollado de tal manera que la política pueda realizarse de una manera distinta, y se pueda prestar ese servicio -así no sea en primera persona-sin sentir que se están violando los principios.  ¿Llegará, o habrá que hacer que llegue? Es el dilema que aún no atino a resolver.   

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