Bajo
este lema se celebró, el pasado 5 de junio, el día mundial del medio
ambiente. Se trata de una campaña para
reducir los desechos de alimentos. Según la FAO, cada año se desperdician 1,3
billones de toneladas de comida, 1 de cada 7 personas se va a la cama con
hambre y más de 20.000 niños menores de 5 años se mueren de hambre cada día.
Las
estadísticas son frías, pero, 20.000 personas pueden llenar un estadio. Así que
somos una “civilización” que mata de inanición a niños pequeños, a razón de un
estadio por día.
La
producción industrializada de alimentos no ha logrado la eliminación del
hambre, pero sí ha dejado a su paso devastadoras consecuencias para el medio
ambiente y para los seres humanos.
Estudios muy serios, como los realizados por la investigadora y
documentalista francesa Marie-Monique Robin, delatan la “mafia” en la que se ha
convertido la producción masiva de alimentos y el control de la misma a través
de la manipulación de las semillas. Es
sólo una de las voces que se han venido alzando en contra de los abusos de las
multinacionales, como Monsanto, y de la agroindustria, cuyos efectos adversos no
se compensan con los resultados.
Según
la FAO, la producción mundial de alimentos ocupa un 25% de la superficie de la
tierra, a ella se destina un 70% del consumo de agua, y genera el 80% de la deforestación y el 30%
de los gases que se producen en el planeta.
Es, por lo tanto, una de las actividades que más afecta la pérdida de la
biodiversidad y los cambios en el uso del suelo.
Nuestras
miradas, en cuanto a hábitos ecológicos, están enfocadas en las emisiones de
los vehículos, el reciclaje, el desperdicio del agua a nivel doméstico, etc., todo
eso está muy bien. Empero, no estamos cayendo en cuenta de lo que
comemos, cómo lo escogemos, y cuánto botamos.
Al desechar comida se están desperdiciando todos los recursos que se
emplearon para cultivarla y procesarla.
Adicionalmente, muchos de los alimentos que consumimos no tienen ningún
valor nutricional y están repletos de
químicos que afectan gravemente a la salud.
Infortunadamente
no tenemos acceso a los medios de producción, y se nos dificulta tomar decisiones de compra
informadas y racionales. Nos toca
contentarnos con lo que se nos ofrece en el mercado.
Sería
muy importante que, más allá de la
retórica de la frontera agrícola municipal, se le diera un impulso a la agricultura
ecológica. Es seguro que, siendo este un
interés mundial ratificado por la FAO, deben existir recursos para cofinanciar
proyectos de este tipo. Existe a nivel
mundial una población, en rápido
crecimiento, dispuesta a pagar por este tipo de productos. En un principio se podría atender el mercado
local –muy desabastecido de esta comida- y se abriría una alternativa de
negocio para nuestros productores del campo, con muchas opciones a futuro. Algo realmente innovador y con alto valor
agregado. Producir comida de manera
ecológica no significa hacerlo como lo hacían nuestros antepasados, para ello,
los avances de la ciencia también cuentan.
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