martes, 15 de noviembre de 2016

Mi casa mi cuerpo





Este es el título de la obra de Oscar Moreno, participante en el recién clausurado 44 Salón Nacional de Artistas, resultado de la investigación realizada por el artista con tres familias en situación de migración forzosa.

La obra es una reconstrucción de los imaginarios del núcleo familiar que señala los lugares que fueron obligados a abandonar. La evocación se concreta en maquetas de las viviendas en las que alguna vez habitaron y que, sienten, nunca podrán recuperar. Esos espacios, añorados a través de los recuerdos y las vivencias, están “envueltos” en lo que representa su nueva realidad: una casucha escasa de tablas y tejas de zinc, tal y como sucede en las invasiones que inundan las periferias de nuestras urbes.

Textualmente nos dice el artista: “La pregunta por la casa es, entonces, una pregunta por la persona que la habita y que la moldea en su cotidianidad, que imprime sobre ella la presencia de su cuerpo, de su memoria acumulada, de su manera de hacerse un lugar y de crear propósitos a largo plazo”.

Una morada no es solo un frío constructo de pisos, techos y paredes. El espacio sirve de cobijo y protección al ser humano que lo habita, en él se inscriben sus relaciones afectivas, sus sueños e ilusiones. El lugar íntimo de la habitación nos provee la seguridad necesaria para desarrollar la imaginación y para el merecido descanso que compensa la ardua labor; es el escenario propicio para el amor, los hijos, y la elaboración de las representaciones fundantes de todo ser humano.

Pensar en las muchas veces que posamos nuestra mirada indiferente sobre las laderas en las que apenas se sostienen las precarias construcciones, sin detenernos a considerar qué aguas nos trajeron esos lodos, me obligó a meditar en el potencial del arte para conmover. En su capacidad de síntesis, en la fuerza de la metáfora y el simbolismo de los materiales puestos al servicio de determinadas reflexiones, en la posibilidad de decir a través de gestos relativamente simples toda la tragedia, toda la tristeza, toda la esperanza.

Ello me lleva a detenerme en la paradoja del momento que vivimos. Después de asumir el reto y realizar con éxito el Salón Nacional de Artistas, y de haber logrado la democratización de una porción del presupuesto municipal dirigido a estimular los procesos culturales- lo que ha redundado en un impulso sin precedentes a los emprendimientos de la denominada industria naranja- estamos asistiendo al debate sobre la liquidación del Instituto de Cultura.

Si para el humano individual su casa es también su cuerpo, para el sector cultural el Instituto representa la seguridad de procesos afianzados en el tiempo, con resultados e impactos muy positivos en la comunidad pereirana.

Liquidar el Instituto y volverlo Secretaría de Cultura significará destruir esa memoria, romper una continuidad necesaria, y desplazarlo forzosamente a una condición de precariedad. Sería un golpe contundente a un sector que durante años ha edificado su propia y robusta institucionalidad.


Foto: Jess Ar

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