Hemos
presenciado un proceso de paz que ha estado marcado, por lo menos, por dos
grandes rasgos: la desinformación alrededor de lo que se ha ido acordando, y,
un gran sentimiento generalizado de ilusión por la paz.
En
ese orden de ideas, ahora que la Corte Constitucional declaró exequible la ley
que permite a los colombianos decidir si avalan o no los acuerdos de paz
negociados en La Habana, se han levantado infinidad de voces que recuerdan
desde los aspectos jurídicos del mismo plebiscito, hasta la ausencia de
información relativa a lo acordado.
Esto
nos remite a infinidad de información que será difícilmente procesable por los
colombianos del común antes de la votación del plebiscito, aún considerando que
se pudiera hacer una pedagogía asertiva y masiva, ausente hasta ahora como
respaldo esencial a los diálogos.
Por
ello, y porque la Corte ha sido clara en determinar que el hecho de que los colombianos
decidan refrendarlo, no implica que la
implementación de lo convenido sea “automática”, y que en todo caso lo
concertado debe llevarse a implementación por las vías constitucionales
establecidas para tal fin, es porque el plebiscito se conecta, sobre todo, con
la ambición de los colombianos de llegar a la pacificación del territorio
nacional.
Lo
que está en juego entonces es un marco de acción que implica, sobre todo, un
respaldo generalizado a la búsqueda de la pacificación del territorio -por lo
menos en relación a la lucha con un actor histórico e importante, las FARC-, que
no pasa necesariamente por un conocimiento detallado del contenido de lo
pactado ni de la “mecánica” de cómo habrá de implementarse en la práctica.
El
discurso de la oposición, centrado en la crítica a los contenidos (justificada
o no), se encuentra desconectado del objetivo general, y, arrinconado, apela a
estrategias francamente irracionales, como llamar el pasado 20 de julio, día de
la Independencia Nacional, a izar la bandera con cintas negras.
Para
decirlo en palabras sencillas, la oposición insiste en descifrar y exponer las
características del “sapo”, mientras que la mayoría de los colombianos se
preparan para engullirlo sin preguntarse por su color, olor o sabor.
Este
plebiscito será la oportunidad para comprobar cómo la ilusión y la promesa, en
el ámbito de los imaginarios, seguirán siendo fórmulas efectivas para la
movilización de los pueblos.
Foto por: Diego Valencia Gómez
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