martes, 23 de agosto de 2016

EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS







Joseph Conrad, uno de los más grandes de la literatura universal, quiso dejarnos su mirada sobre la fragilidad de la cultura y la probabilidad del retorno a una condición ancestral y primitiva.

El Corazón de las Tinieblas es un viaje al fondo de lo humano, esa oscuridad que nos habita a todos y que las formaciones culturales apenas iluminan desde sus prohibiciones, preceptos, y concepciones de mundo.  

La cultura ha transformado al animal que fuimos en hombre.  Pero siempre seremos ambas cosas, como lo ha expresado brillantemente el etólogo humano Boris Cyrulnik: somos cien por ciento naturaleza y, a la vez, cien por ciento cultura.  A través de las creencias, el hombre abierto al mundo ha intentado reducir su incertidumbre en relación con los fenómenos que no sabe explicarse: el origen, la naturaleza, el Otro, y la muerte. Y lo ha hecho, fundamentalmente, limitando la oportunidad, convirtiendo en impensable lo posible desde una concepción moral.


Lo que ha logrado la modernidad, a partir de la instauración de los derechos del hombre, es mostrar la relatividad de esas concepciones e instaurar una igualdad entre los seres humanos a pesar de sus diferentes creencias y condiciones.

En el proceso de humanización, la relación íntima deja de tener como objetivo principal la reproducción para trasladar ese fin al goce.  Esta sexualidad no reproductiva, en la legítima búsqueda del placer, no debería direccionarse desde ningún escenario, ni en el trabajo, ni en la escuela, ni siquiera en el seno de la familia, instituciones todas que deben limitarse a brindar al sujeto (sobre todo al infante en formación) la información suficiente y necesaria para que pueda respetar su propio cuerpo, cuidar su salud, tener una actitud responsable frente a la procreación, y, por último, hacerse cargo de su identidad y preferencias sexuales en la más absoluta intimidad.  

De esta intimidad no deberían hacerse apologías ni demostraciones innecesarias, pero tampoco, bajo ninguna circunstancia, una opción legítima aunque sea del orden de lo íntimo debería ser motivo de censura o discriminación.   

Este es el marco conceptual e histórico en el que transcurren nuestras vidas. Sin embargo, una ignorancia aterradora se ha tomado todas las instancias de la sociedad, y ligada a una creencia ciega amenaza con tornarse en fanatismo. Parecería increíble que en Colombia, en el siglo XXI, pudiera producirse una marcha en rechazo a la diferencia en las preferencias sexuales apelando al argumento de un supuesto “diseño original”.  Pero, ha sucedido: la caverna más retrógrada ha ondeado sus banderas de segregación y profundo temor transformado en odio.  

En el fondo del repudio a la opción del Otro habita el miedo a la propia alternativa no asumida o no descartada plenamente. La homofobia es una negación de una posibilidad que es inconcebible y que produce espanto, porque en el corazón de las tinieblas de cada ser que rechaza siempre se intuye que lo impensable es posible.  



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