martes, 11 de octubre de 2016

CAIMALITO Y LOS ENCLAVES DE PRE MODERNIDAD






Caimalito es una población ribereña que forma con La Virginia una verdadera conurbación. Cruzando el puente Bernardo Arango, los habitantes se movilizan entre ambos poblados de la manera más amable y sostenible: a pié o en bicicleta.

Recientemente estuve allí transitando despacio su calle principal, mirando la infraestructura que tiene este lugar en el que habitan más de 20.000 pereiranos, respirando ese aire peculiar; tan indefinido entre campo y terreno urbanizado.

Hay un contraste inmenso entre el centro poblado y su perfil constructivo, y el de su vecino más cercano, la Zona Franca Internacional de Pereira. Las inmensas bodegas parecen terribles moles amenazantes frente a las pequeñas viviendas hechas de ladrillos cocidos y tejas de barro.

Según la funcionaria encargada de la Responsabilidad Social Empresarial del Operador de la Zona Franca, aunque se ha pretendido una masiva vinculación laboral de los habitantes de Caimalito a las empresas que se han asentado allí, lograr este objetivo no ha sido posible.  Entre otros factores, resulta ser que los pobladores de esta zona no se acostumbran al horario laboral y no tienen las competencias que se requieren para afrontar un empleo formal.  Parece ser que la concepción moderna del tiempo como recurso productivo aún no ha sido instalada en sus mentalidades.  Al verlos deambular sin camisa y en chancletas tuve la sensación de que son libres, aunque estén sometidos a precarias condiciones de vida.

Tal vez a la hora de la vinculación laboral no basta con intentar adaptar a los habitantes a las prácticas laborales estandarizadas y sea necesario entender mejor sus rasgos culturales de población ribereña. Recuerdo que este tipo de “adaptaciones” se han intentado con éxito en industrias asentadas en la zona de Yumbo (Valle del Cauca), en donde la presencia de poblaciones indígenas y afrodescendientes dificultó también la inserción laboral en estándares de productividad tradicionales.  

Sentada en una panadería pensé en las dificultades de proyectar un territorio tan amplio y tan diverso como el de Pereira. Recordé a la antigua Sopinga de Bernardo Arias Trujillo, a Juan Manuel y a Carmelita, enredados en historias que siguen siendo plenamente vigentes hoy en esa especie de tiempo detenido que se respira en Caimalito.  

Los que creemos conocer las ciudades y sus lógicas no podemos más que desconcertarnos ante los rasgos híbridos de nuestra sociedad,  que no atiende a una plena modernidad urbana con sus códigos de habitabilidad y de racionalidad productiva, y más bien prolonga en el tiempo formas de habitar el territorio y prácticas de subsistencia que se resisten a las imposiciones del sistema económico y social.

Nos falta mucha reflexión para entendernos y desarrollar las prácticas sociales y productivas más adecuadas a la mentalidad de las poblaciones que pretendemos proyectar y gobernar.  Partiendo de la “ignorancia ilustrada” que nos caracteriza, los intentos de inclusión social que desconocen las subjetividades y los sistemas de pensamiento de las diferentes poblaciones, estarán eternamente condenados al fracaso.



Foto por: Jess Ar

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