Como en el juego del gato y el ratón, las construcciones ilegales
proliferan en Pereira.
Nuestra geografía, de laderas pendientes pero habitables, cruzada por ríos y quebradas, se presta para
que familias humildes, sin techo unas, y aquellas que históricamente buscan
sacar provecho de las ayudas del Estado, se asienten en lugares no aptos para
ser habitados.
En épocas de estabilidad del clima pareciera que nada sucede. Pero las leyes de la naturaleza no son
gobernables, y, de improviso se vienen las crecientes, o las fuertes lluvias,
socavando los incipientes cimientos, o arrastrando las precarias construcciones
en las crestas de las aguas embravecidas.
Sin contar con la vulnerabilidad sísmica, que es otro factor presente
y, sin embargo, adrede ignorado u olvidado.
Recorriendo la ciudad,
puede verse cómo estos asentamientos, que fueron objeto de masivas y
dolorosas reubicaciones en el pasado, vuelven a poblarse, bajo la mirada
impasible de funcionarios y habitantes.
Es el caso de Caracol La Curva, o de Bosques del Otún, o de las
eternas invasiones que, ubicadas en los alrededores de Villa Santana, van y
vienen.
Las autoridades de control físico desmontan los materiales
livianos con los que se realizan este tipo de construcciones, siempre y cuando
se trate de estructuras levantadas recientemente. Porque, cuando los asentamientos llevan ya
cierto tiempo de construcción, se debe seguir un largo y engorroso proceso
jurídico.
Mientras esto sucede, y la ciudad parece permitir la re invasión
de los espacios liberados, la naturaleza sigue su curso, y la materia se juega a
las cartas las próximas tragedias.
Es cierto que existe el déficit de vivienda, más tratándose de una
ciudad con altos índices de población migrante, familias humildes que vienen a
la capital de Risaralda con la esperanza de encontrar en ella nuevas
oportunidades de vida.
Pero también lo es, que en la población que invade terrenos no
aptos para la urbanización siempre están presentes los avivatos, que tienen
casas en otros lugares, incluso producto de reubicaciones
anteriores, y que siguen jugando el juego, arriesgando sus vidas y la de sus
familias, mientras esperan arañar los recursos del Estado y obtener de él
beneficios inmerecidos.
Esta historia tiene varios rasgos: los de la necesidad, la
ignorancia, el aprovechamiento indebido, y, sobre todo, el de la fatalidad en
ciernes. El hombre ha creído dominar su
universo, sólo para regresar de su soberbia bañado en lágrimas de tierra y
lodo.
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