lunes, 21 de abril de 2014

“El RASTRO DE TU SANGRE EN LA NIEVE”

Este es el título de uno de mis cuentos favoritos de Gabo.

Lo leí cuando era adolescente. Hice con él una empatía inmediata, más que con otros de sus textos, al ser esta una narración de corte contemporáneo, que, en su mayoría, se desarrolla teniendo a Francia y a España como telones de fondo.

Aunque contiene imágenes de sabor costeño, incluyendo descripciones del barrio Manga en Cartagena, no es el escenario autóctono del que se alimenta, aunque está atravesado por su idiosincrasia, que se refleja bien en la elaboración del personaje principal, Billy Sánchez de Ávila.

La impresión que causó en mi, pues va complejizándose -transitando de lo obvio a lo inesperado, agudizándose hasta volverse dramático- fue inolvidable.  

Volviéndolo a leer, recordé otro libro, “El Inquilino”de Javier Cercas, en el que continuamente se repite esta sentencia: “las cosas más simples pueden complicarte la vida”.  Y,  pensé que, no obstante, también las cosas simples pueden transformarle a uno la vida.  En ello radica la virtud de la literatura.  Leer es vivir experiencias en cuerpo ajeno, disfrutando del placer de la aventura desde las seguridad de la propia imaginación.

A diferencia de la imagen, predominante en estos tiempos hiper modernos, la palabra escrita tiene la ventaja de obligar a dos ejercicios creativos, como mínimo, el del escritor y el del lector.  Se requiere capacidad de abstracción, sensibilidad y concentración, para penetrar en un texto y dejarse llevar por él, en esa sensación de arrobamiento enamorado que sólo puede producir la lectura de un buen escrito.

Una persona, un niño que lee, desarrolla en su cerebro la capacidad de comprender al Otro (el narrador y los personajes).  Puede encontrar consuelo en ello, o sólo entretenimiento, pero, igualmente, a partir de este ejercicio, es posible que se estimule su creatividad, para emprender los desafíos de su propia existencia.


Por eso es que,  aunque muerto su cuerpo, Gabriel García Márquez seguirá vivo a través de su obra.  Ha legado lo suficiente. Y, de paso, ha otorgado sentido a una tradición literaria, que no hubiera sido reconocida y perfilada si él no hubiese existido, por lo menos no del modo en que lo ha sido.  Aunque existan opiniones contrarias, la literatura universal, y, por supuesto, la colombiana, bebe de sus fuentes y lo seguirá haciendo por un tiempo indefinido. Paz en su tumba, y,  en este mundo, lectores eternos!!!

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