Podría reseñar aquí todos los indicadores de cobertura, calidad y
retención escolar, pero no pretendo hacer un análisis sobre el sistema
educativo sino más bien una reflexión general sobre los contenidos y sobre la
orientación de lo que son las primeras enseñanzas para la vida.
En muchos de nuestros colegios estamos todavía en la repetición,
en la memorización. Sólo en unos pocos
estamos enseñando a pensar, a tener una actitud crítica frente a la vida,
aquella que activa el espíritu científico, estimula la
creatividad y ayuda a estructurar un criterio propio, lo necesario para obtener
realizaciones que no se consiguen, necesariamente, a través del dinero.
Educamos para la competitividad.
Estamos enfocados en el desarrollo de competencias que supuestamente
garantizarán la futura inserción en el mundo laboral. No obstante, presiento que no estamos
educando los niños para que sean adultos felices y realizados.
Las oportunidades laborales son escasas, y, aún en un hipotético
futuro en el que el desarrollo económico aumente las posibilidades de conseguir
un empleo de calidad, o, en un entorno favorable al emprendimiento, esta
primera educación está restringiendo la visión del mundo. Está concentrada en aprender habilidades para
interactuar en un mundo consumista, en
el que las realizaciones se obtienen en la medida en que se puede acceder a lo
que el mercado ofrece.
Como no estamos fomentando el gusto por las cosas sencillas de la
vida, hacer deporte, leer un libro, contemplar e interactuar con la naturaleza,
investigar nuestro entorno, etc., en la medida en que la sociedad no alcance a
ofrecer ubicación laboral para todos, las frustraciones estarán a la orden del
día. Y, aún llegando a ser parte del
sistema, convirtiéndose en una pieza del engranaje, si no propiciamos una
mentalidad que permita escapar al consumismo y a la superficialidad, que
otorgue herramientas para valorar la sociedad en la que vivimos con
independencia, le estamos haciendo un flaco servicio a la humanidad. Estamos enseñando a obrar como autómatas:
seres sin criterio cuyas aspiraciones se centran en hacer parte de algo que no
dominan, que no entienden y que, con toda seguridad, se sirve de esa
“ignorancia educada” que estamos impartiendo en escuelas y colegios.
Tuve la oportunidad de compartir con muchachos que dedican sus
vidas a las actividades relacionadas con el teatro. Actores, músicos, coreógrafos, encargados del
vestuario y la utilería. Allí, viéndolos
vibrar y entregarse a lo que hacen, aunque no sea muy bien remunerado, constaté
que lo importante no es ser competitivo, ni siquiera tener un empleo bien
remunerado, lo realmente importante es ser un humano que está realizado con lo
que hace, y es libre a través del ejercicio de la actividad que elige, y a la
que le dedica su existencia con convicción.
La verdadera riqueza no requiere mucho dinero. La pobreza se parece mucho a la ignorancia, y,
con demasiada frecuencia, la educación
no se parece en nada a la cultura.
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