martes, 16 de mayo de 2017

LA PEOR MADRE DE TODAS




Madres somos todos aquellos que hemos decidido acoger a un ser humano (hijo biológico o no), para alimentarlo y guiarlo, y esperar a que haga una vida individual, ojalá plena de realizaciones y pocos dolores.

Somos mujeres, pero también muchos hombres, los que llevamos a cabo esta labor. Es una realidad que en nuestra sociedad la maternidad no es solo una cuestión femenina. Tenemos familias de dos madres (la mamá y la abuela, o la pareja de una mujer homosexual), y hogares en donde hay padres muy “madres”. Todos tienen en común que dan la vida por sus hijos, sacrificándose y recibiendo poco o nada.


Lo cierto es que para los que tenemos hijos y ejercemos como madres, la vida se plantea como una permanente disyuntiva entre el querer y el deber. Constantemente, estamos bajo la sombra de esa absurda sensación de sentirnos “la peor madre de todas”. Creemos que nunca lo hacemos suficientemente bien, y sentimos culpa por darle alguna prioridad a nuestros anhelos, pues existe en nosotros un llamado muy fuerte que nos impulsa a privilegiar en todo momento a los hijos.

Cada sujeto debería tener un proyecto de vida, autónomo e independiente por fuera de los hijos. Sin embargo, para la mayoría, la brega continúa y es más dura cuando vienen los hijos, e incluso es muy común que después de haberlos educado con gran sacrificio la tarea se extienda a la crianza de los nietos. Esta obligación, que en muchos casos se perpetúa a lo largo de la vida, reduce de manera importante la realización individual, sometiéndola a las necesidades del colectivo familiar.

Es por ello que ser madre debe ser una decisión. Porque es tan grande el esfuerzo, la dedicación y el tiempo requeridos, que solo el producto de la mezcla entre una vocación muy fuerte, afirmada con una decisión clara y consciente, puede permitirnos sortear los malos momentos.



Ser madre o padre no es una imposición biológica, ni debería ser el producto de una presión social o cultural.

La relación de pareja que incluye a los hijos como una consecuencia inevitable, el embarazo adolescente, el celo que contempla la procreación como una forma de corroboración de la fidelidad, la violencia sexual que concluye en embarazos no deseados, el abuso y la violación que conllevan a la concepción de seres indeseados, entre otros terribles actos relacionados con la maternidad, deberían ser evitados a toda costa.

Solo la consciencia respecto de la responsabilidad que significa traer otros seres al mundo, permitirá que tengamos maternidades plenas y fructíferas.

Para que tantos sacrificios encuentren un sentido, y para que ese sentimiento de ser “la peor madre de todas” sea apenas una duda pasajera, eduquemos a nuestros hijos (hombres y mujeres) en la plena consciencia de lo que significa dar vida a Otro.

En la responsabilidad plena de asumir la procreación como un acto de libertad, en donde la decisión sea producto de la razón, no de presiones indebidas o de violentos actos totalmente inaceptables.





No hay comentarios:

Publicar un comentario