Madres somos todos aquellos
que hemos decidido acoger a un ser humano (hijo biológico o no), para alimentarlo
y guiarlo, y esperar a que haga una vida individual, ojalá
plena de realizaciones y pocos dolores.
Somos mujeres, pero
también muchos hombres, los que llevamos a cabo esta labor. Es una realidad que
en nuestra sociedad la maternidad no es solo una
cuestión femenina. Tenemos familias de dos madres (la mamá y la abuela,
o la pareja de una mujer homosexual), y hogares en donde hay padres muy “madres”.
Todos tienen en común que dan la vida por sus hijos, sacrificándose y recibiendo
poco o nada.
Lo cierto es que
para los que tenemos hijos y ejercemos como madres, la vida se plantea como una
permanente disyuntiva entre el querer y el deber. Constantemente, estamos bajo la sombra de
esa absurda sensación de sentirnos “la peor madre de todas”. Creemos que nunca
lo hacemos suficientemente bien, y sentimos culpa por
darle alguna prioridad a nuestros anhelos, pues existe en nosotros un
llamado muy fuerte que nos impulsa a privilegiar en todo momento a los hijos.
Cada
sujeto debería tener un proyecto de vida, autónomo e independiente por fuera de
los hijos. Sin embargo, para la mayoría, la brega continúa y es más
dura cuando vienen los hijos, e incluso es muy común que después de haberlos
educado con gran sacrificio la tarea se extienda a la crianza de los nietos.
Esta obligación, que en muchos casos se perpetúa a lo largo de la vida, reduce
de manera importante la realización individual, sometiéndola a las necesidades
del colectivo familiar.
Es por ello que ser madre debe ser una decisión. Porque es tan grande
el esfuerzo, la dedicación y el tiempo requeridos, que solo el producto de la
mezcla entre una vocación muy fuerte, afirmada con una decisión clara y
consciente, puede permitirnos sortear los malos momentos.
Ser madre
o padre no es una imposición biológica, ni debería ser el producto de una
presión social o cultural.
La relación de pareja que incluye a los hijos
como una consecuencia inevitable, el embarazo adolescente, el celo que contempla la procreación como una forma de corroboración de la fidelidad, la
violencia sexual que concluye en embarazos no deseados, el abuso y la violación
que conllevan a la concepción de seres indeseados, entre otros terribles actos
relacionados con la maternidad, deberían ser evitados a toda costa.
Solo la
consciencia respecto de la responsabilidad que significa traer otros seres al
mundo, permitirá que tengamos maternidades plenas y fructíferas.
Para que tantos
sacrificios encuentren un sentido, y para que ese sentimiento de ser “la peor
madre de todas” sea apenas una duda pasajera, eduquemos a nuestros hijos
(hombres y mujeres) en la plena consciencia de lo que
significa dar vida a Otro.
En la responsabilidad plena de asumir la procreación como un acto de libertad, en donde la
decisión sea producto de la razón, no de presiones indebidas o de violentos
actos totalmente inaceptables.
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