Olga es una vecina del sector de Galicia que se gana la vida
haciendo arepas. Sale muy temprano con
su asador, enfrente de la casa donde vive con una familiar. Ambas son personas de edad, de formas gruesas
y sonrisa fácil.
Voy regularmente donde ella y le converso, le pregunto por las
cosas de su vida.
Ella me cuenta acerca de cómo hacen las arepas, cuántas venden, en
qué horarios, etc.
Pero, afligida, también me
ha contado la manera como todo lo que producen deben entregarlo, regularmente,
a los emisarios de los prestamistas gota a gota.
Me ha dicho: somos pobres y no tenemos a donde más recurrir, en
caso de necesidad hemos pedido prestado y tenemos que pagar.
Pero esto es peor que un taxímetro. Olga empieza a asar sus arepas a las 6 am., y el gota gota la visita cada hora, hasta que
termina su trabajo.
Se le lleva lo que produce, con lo cual, quedan estas mujeres en
la misma situación que antes, o peor, porque ahora no tienen recursos pero sí
deudas.
Es la realidad de las personas humildes que intentan ganarse la
vida a punta del trabajo que saben y pueden. No tienen conocimientos
específicos o formación para el trabajo, o por su edad no consiguen ocupaciones
laborales estables. Subsisten a punta de
rebusque, pero no tienen capital para comprar medios de producción. Entonces, su vida depende de un pequeño
asador hecho en una caneca partida a mitades, una parrilla, masa que se fía,
manos que amasan, calor que se sufre con paciencia y sonriéndole a la
vida. Esa es la historia que se repite
en cada esquina de Pereira.
Tengo otra amiga que hace lo mismo por allá por el barrio El Triunfo,
en la ruta que se toma para llegar al nuevo acceso al Parque Industrial. Ella es contenta, por definición. Sus arepas
son deliciosas porque la masa es especial, pero parar allí es un problema.
No importa, tanto la una como la otra, como tantas otras mujeres
que se ganan la vida y dan de comer a sus hijos usando sus manos para dar forma
al producto, sus sonrisas para espantar los calores y los fantasmas de las
deudas, son las personas a quienes los discursos de la inclusión, la equidad,
la movilización social, todas estas retóricas vacías, no han llegado ni llegarán. Con palabras no se entrega “producido” a los
gota a gota.
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