martes, 26 de agosto de 2014

PARQUES A LA ORDEN

Tengo una amiga que vivió cerca de ocho años en Buenos Aires, la capital argentina.  Regresó,  y le está apostando a vivir en Pereira con su pequeño hijo de dos años. Un día me preguntó, ¿qué hay que hacer para que haya parques cerca de donde uno vive?

Una sociedad democrática es aquella en la que los ciudadanos, sin importar el tamaño de su cuenta bancaria, ni su ocupación, o cargo, se encuentran en el espacio público en términos de igualdad,  todos como personas que, ante la ley,  en la ciudad organizada por el Estado, son tratados por igual y tienen el mismo acceso a los servicios que esta provee.

La equidad no es sólo para las personas que viven en situaciones marginales, o por debajo de los mínimos indicadores de calidad de vida.  Por supuesto que quienes están en situación de alta vulnerabilidad requieren atención prioritaria. Pero, existen también otros ciudadanos, aquellos que no están de acuerdo filosóficamente, o a los que no les alcanza para encerrarse en los clubes y condominios privados, y que necesitan, para poder vivir, del espacio público, como lugar para realizar actividades que contribuyen a mejorar la calidad de vida.

Pereira cuenta con algunos parques, no muchos,  pero no están dotados, su estado de mantenimiento es precario y son inseguros.

Mi amiga quería saber si se podía hacer alguna gestión, si era posible, incluso, constituirse como una entidad que administrara los espacios públicos ubicados en los alrededores de su residencia.  Le respondí que creía todo esto posible,  contando con la voluntad de los administradores de la ciudad, y con un programa bien estructurado.

En Cali, por ejemplo, el parque el Peñón, cerca de la Avenida del Río, era un muladar hasta hace poco.  Pero la actual Alcaldía lo recuperó, se instalaron alrededor restaurantes de calidad, y pronto se iniciará la construcción de un hotel.  Es un  lindo espacio, nada estrambótico -bancas, seto, jardín, fuente- que cuida un vigilante de cuadra al que alguien le paga por regar las matas y mantener todo limpio.

Después de haberme sentado allí tres noches a observar el “movimiento” del lugar, llegué a concluir que la razón del respeto que allí se respira proviene, en buena medida,  del estado del parque: bien tenido, limpio, iluminado, y del vigilante, que está atento, y de alguna manera regula lo que en él sucede.


Es tan fácil y, de verdad lo creo, tan barato.  Es, básicamente, querer hacerlo.  

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