Tengo una amiga que vivió cerca de ocho años en Buenos Aires, la
capital argentina. Regresó, y le está apostando a vivir en Pereira con su
pequeño hijo de dos años. Un día me preguntó, ¿qué hay que hacer para que haya
parques cerca de donde uno vive?
Una sociedad democrática es aquella en la que los ciudadanos, sin
importar el tamaño de su cuenta bancaria, ni su ocupación, o cargo, se
encuentran en el espacio público en términos de igualdad, todos como personas que, ante la ley, en la ciudad organizada por el Estado, son tratados
por igual y tienen el mismo acceso a los servicios que esta provee.
La equidad no es sólo para las personas que viven en situaciones
marginales, o por debajo de los mínimos indicadores de calidad de vida. Por supuesto que quienes están en situación
de alta vulnerabilidad requieren atención prioritaria. Pero, existen también
otros ciudadanos, aquellos que no están de acuerdo filosóficamente, o a los que
no les alcanza para encerrarse en los clubes y condominios privados, y que
necesitan, para poder vivir, del espacio público, como lugar para realizar actividades
que contribuyen a mejorar la calidad de vida.
Pereira cuenta con algunos parques, no muchos, pero no están dotados, su estado de
mantenimiento es precario y son inseguros.
Mi amiga quería saber si se podía hacer alguna gestión, si era
posible, incluso, constituirse como una entidad que administrara los espacios
públicos ubicados en los alrededores de su residencia. Le respondí que creía todo esto posible, contando con la voluntad de los
administradores de la ciudad, y con un programa bien estructurado.
En Cali, por ejemplo, el parque el Peñón, cerca de la Avenida del
Río, era un muladar hasta hace poco.
Pero la actual Alcaldía lo recuperó, se instalaron alrededor
restaurantes de calidad, y pronto se iniciará la construcción de un hotel. Es un lindo espacio, nada estrambótico -bancas,
seto, jardín, fuente- que cuida un vigilante de cuadra al que alguien le paga
por regar las matas y mantener todo limpio.
Después de haberme sentado allí tres noches a observar el
“movimiento” del lugar, llegué a concluir que la razón del respeto que allí se
respira proviene, en buena medida, del
estado del parque: bien tenido, limpio, iluminado, y del vigilante, que está
atento, y de alguna manera regula lo que en él sucede.
Es tan fácil y, de verdad lo creo, tan barato. Es, básicamente, querer hacerlo.
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