Concluido el debate presidencial, con los resultados por todos
conocidos, se inicia el trámite de candidaturas y aspiraciones para ocupar los
primeros cargos de municipios y departamentos, en todo el territorio
nacional. Y Pereira, ciudad en la que
funcionarios, ciudadanos preocupados y concejales -entre otras especies
variopintas- mantienen en permanente campaña, no es la excepción.
Pareciera consenso general el hecho de que la ciudad necesita un
cambio de rumbo. No obstante, y a pesar de constituir el tema predilecto en
corrillos, mentideros, clubes y restaurantes, no se vislumbra la manera cómo
realizar esta transformación.
Para empezar, las buenas intenciones se disuelven en la realidad
de las alianzas políticas, la imposición de grandes sumas para poder llevar a
cabo una campaña “competitiva”, y la apatía generalizada de los ciudadanos,
aquellos que no están cooptados por las maquinarias políticas. Una indiferencia que si uno se pone a
desentrañar, encuentra muy concordante con la vida contemporánea, líquida,
banal, de un hiper presentismo que castiga toda idea de sacrificio y de aporte
a la construcción de un futuro.
Modificar estas tendencias es un imposible para un ciudadano individual,
que desee someter su nombre a consideración en el debate político. Estas circunstancias tienen más fondo que la
tan cacareada pérdida del civismo, y están en relación con procesos
sociológicos, que provienen de las lógicas del sistema económico. Así, tan
contundentes, son las tendencias sociales, y para actuar en ellas es menester
primero entenderlas. Aunque, no sólo
esto basta. Se requiere un plan meditado
y consensuado, para posicionar convenientemente a un personaje como la
alternativa que los votantes “compren” el día de elecciones, usando para ello
su deseo, y no las prebendas o los millonarios recursos con los que
ramplonamente se mercantiliza el ejercicio político tradicional, en su
incapacidad de construir el “relato” a partir del cual sería posible hacerse
elegir de otra manera.
Si las cosas siguen como vamos, todo se quedará en buenos
deseos. Veremos desfilar por la palestra
a los mismos de siempre, viejos conocidos, reencauchados, y otros pretendiendo ser
novedades que hace rato están contaminadas con las malas costumbres
politiqueras.
Una lástima. Existen, como
es obvio, excepciones a la regla, y hay ciudades que han logrado significativas
transformaciones eligiendo buenos alcaldes. Pero este ideal no se logrará sin
una unión generosa del sector privado, alrededor de una alternativa posible, y
ello requiere meterse la mano al bolsillo.
Así son las cosas. De lo
contrario, ¡apague y vámonos!
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