jueves, 5 de septiembre de 2013

DE EXTREMO A EXTREMO

Lo que va del “Rey León” a “Risaralda”

Asistí con gran expectativa a la gala de la obra Risaralda.  Viéndola, me fue inevitable recordar al "El Rey León.

Este musical,  que lleva 16 años presentándose en Broadway, noche tras noche se atiborra de entusiastas peregrinos que consideran obligatorio verlo en sus visitas a la gran manzana.   Es una obra repleta de recursos técnicos, la escenografía es deslumbrante, y los efectos son realmente excepcionales.  Cuenta con todos los recursos posibles para garantizar los repetidos "wow" que se arrancan a los emocionados asistentes.  No obstante, a pesar de que estéticamente es un espectáculo verdaderamente bello, es imposible sustraerse a la certidumbre de que es totalmente carente de contenido.  Es un digno representante de la  fábrica de entretenimiento, alienante como la producción en serie. 

Por su parte, Risaralda es una puesta en escena a la que le sobra director y le faltaron recursos.  Una iniciativa algo intelectual con un propósito social: volver actores a simples habitantes de comunidades marginadas.  Una apuesta arriesgada pero loable que rindió sus frutos:  a pesar de compartir el escenario con un actor profesional, los locales no desentonan.  Son realmente buenas las escenas de los cánticos negros y las riñas, tal vez porque son la herencia de la raza que más fuertemente se conserva.

La música es impecable, compuesta por Pablo Mayor e interpretada en buena forma por la banda pereirana Yambelé.  Me encantó la ubicación de la orquesta, un fondo traslucido que les confiere un aire de narradores fantasmagóricos.

Los aspectos más relevantes de la obra de Arias Trujillo fueron retomados por Jorge Plata, sin hacerla larga y sin perder el hilo de la historia. 

En la puesta en escena se hace el intento por captar a los protagonistas, las gentes y la naturaleza, que en la novela comparten un mismo rasgo distintivo,  su carácter salvaje e indómito.  En el caso de las gentes se logra el objetivo.  Es lógico,  puesto que el recurso principal para hacerlo son las personas, que pudieron dar lo mejor de sí gracias al entrenamiento recibido por Germán Jaramillo, el director de la obra.

En cuanto a la naturaleza, esta no corre con la misma suerte.  A pesar de los intentos de Simón Vélez, encargado de la escenografía, no fue posible recrearla porque, para ello, era imprescindible contar con recursos técnicos, lo cuales fueron precarios.  En el  teatro persisten las deficiencias, y nunca se pudieron completar los recursos inicialmente comprometidos por la Alcaldía.  Aunque todo esto me hizo recordar que no estamos en Broadway y que no vivimos en N.Y., también me impulsó a valorar que la obra está plena de trasfondo, es creativa y cuenta con la picardía de los actores,  que le aportan un sabor autóctono.   


Prefiero la carretilla del arte criollo,  plena de significancias y valerosos esfuerzos, a la fábrica del entretenimiento, cuyo contenido es bello pero vacío.  En este mundo, consumista y anestesiado, para algunas cosas, contrariando la filosofía de Pambelé, resulta mejor ser pobre que rico.

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