Lo que va del “Rey León” a “Risaralda”
Asistí con gran expectativa a la gala de la obra Risaralda. Viéndola, me fue inevitable recordar al "El
Rey León.
Este musical, que lleva
16 años presentándose en Broadway, noche tras noche se atiborra de entusiastas
peregrinos que consideran obligatorio verlo en sus visitas a la gran
manzana. Es una obra repleta de recursos técnicos, la escenografía
es deslumbrante, y los efectos son realmente excepcionales. Cuenta con todos
los recursos posibles para garantizar los repetidos "wow" que se
arrancan a los emocionados asistentes. No obstante, a pesar de que
estéticamente es un espectáculo verdaderamente bello, es imposible sustraerse a
la certidumbre de que es totalmente carente de contenido. Es un digno
representante de la fábrica de
entretenimiento, alienante como la producción en serie.
Por su parte, Risaralda es una puesta en escena a la que le
sobra director y le faltaron recursos. Una iniciativa algo intelectual
con un propósito social: volver actores a simples habitantes de comunidades
marginadas. Una apuesta arriesgada pero loable que rindió sus
frutos: a pesar de compartir el
escenario con un actor profesional, los locales no desentonan. Son
realmente buenas las escenas de los cánticos negros y las riñas, tal vez porque
son la herencia de la raza que más fuertemente se conserva.
La música es impecable, compuesta por Pablo Mayor e interpretada
en buena forma por la banda pereirana Yambelé. Me encantó la ubicación de
la orquesta, un fondo traslucido que les confiere un aire de narradores
fantasmagóricos.
Los aspectos más relevantes de la obra de Arias Trujillo fueron
retomados por Jorge Plata, sin hacerla larga y sin perder el hilo de la
historia.
En la puesta en escena se hace el intento por captar a los
protagonistas, las gentes y la naturaleza, que en la novela comparten un mismo
rasgo distintivo, su carácter salvaje e indómito. En el caso de las gentes se logra el
objetivo. Es lógico, puesto que el
recurso principal para hacerlo son las personas, que pudieron dar lo mejor de
sí gracias al entrenamiento recibido por Germán Jaramillo, el director de la
obra.
En cuanto a la naturaleza, esta no corre con la misma
suerte. A pesar de los intentos de Simón Vélez, encargado de la
escenografía, no fue posible recrearla porque, para ello, era imprescindible
contar con recursos técnicos, lo cuales fueron precarios. En el
teatro persisten las deficiencias, y nunca se pudieron completar los
recursos inicialmente comprometidos por la Alcaldía. Aunque todo esto me hizo recordar que no
estamos en Broadway y que no vivimos en N.Y., también me impulsó a valorar que la
obra está plena de trasfondo, es creativa y cuenta con la picardía de los
actores, que le aportan un sabor
autóctono.
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