miércoles, 28 de agosto de 2013

TE AMO PEREIRA

Esta frase, que adorna uno de los centros comerciales locales, abarca un sentimiento generalizado.  Amamos la ciudad en la que hemos nacido y vivido,  es parte de lo que somos, nosotros la construimos y ella moldea nuestra vida. 

Cuando era una jovencita mi lugar de origen me parecía perfecto.  Entre chiste y chanza solía decir que sólo le faltaba el mar.  Aunque, a falta de mar, tuve el Río Consota.  Fue nuestro pasatiempo deslizarnos por las lomas de la UTP y llegar más arriba del charco del Salado, a disfrutar esa mezcla de agua fría y cristalina; o emprender excursiones hasta la cascada de la Quebrada el Chocho. 

Muchas veces he montado en bicicleta, haciendo las consabidas paradas para bañarme en el río Otún, admirando la belleza infinita de esta cuenca.   Caminé hasta la laguna del mismo nombre,  a la tierna edad de 14 años, y he recorrido las veredas, subido al viacrucis y al Alto del Nudo.  Elevé cometas y comí pandequeso en el cerro Cerritos,  y monté en las “marranitas” que transitaban por las antiguas vías del ferrocarril,  en inmediaciones del Cauca.  

Entrené baloncesto en el Coliseo Mayor,  fui a los torneos de voleibol que se hacían en el de la carrera 4ª, y troté por la 7ª y la 8ª,  en horas de la tarde, esquivando a la gente que no cabía en los andenes, ante la mirada atónita de los transeúntes que juzgaban un poco exótico hacer deporte en plena calle.

Caminé descalza por la Circunvalar en noches de bohemia, porque, para la fiesta, no hay como Pereira, y hasta al Páramo fui a dar, al Rincón Clásico, al Bar La Chispa (que hoy no existe), a donde Fabián, o a la Rana.

He asistido con entusiasmo a ver las películas de cine arte y a los eventos culturales cuya oferta, gracias a Dios, viene en aumento; y fui a fútbol a ver al amado Depor, de glorioso pasado y triste presente. 

Tuve la oportunidad de hacer parte de la administración municipal y, allí, me llegó otra forma de sentir, una manera responsable y hasta sufrida, porque creí que tenía que arreglarlo todo.  Entonces, empecé a ver mi ciudad de un modo menos romántico, poco lúdico,  se hicieron evidentes para mí sus defectos, pasé por desencantos y frustraciones, y me tocó hacer un trabajo sicológico,  para dejar de padecerla, para volverla a ver con ojos enamorados. 

He recorrido la ciudad y hablado con la gente.  Personas amables, fiesteras y emprendedoras, con historias de empuje, de tesón, de liderazgo y de realizaciones, que han hecho de Pereira,  en estos ciento cincuenta años,  una ciudad en la que se vive con una gran calidad de vida, cuyos habitantes, aunque somos conscientes de que nos faltan muchas cosas,  nos sentimos muy felices de vivir aquí.  El futuro se abre promisorio, sólo hay que tener cuidado en tomar las decisiones correctas.  Vivimos en una ciudad joven.  Los ciudadanos queremos que progrese y se mantenga en buenas condiciones.   Dentro de ciento cincuenta años la ciudad será el reflejo de lo que hayamos hecho hoy.   Es una gran responsabilidad.  De todas formas hay que recordar que la responsabilidad es la contraparte de la libertad, y, libertad es el lema de nuestra ciudad. 



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