Esta frase, que adorna uno de los centros comerciales locales,
abarca un sentimiento generalizado. Amamos
la ciudad en la que hemos nacido y vivido,
es parte de lo que somos, nosotros la construimos y ella moldea nuestra
vida.
Cuando era una jovencita mi lugar de origen me parecía
perfecto. Entre chiste y chanza solía decir
que sólo le faltaba el mar. Aunque, a
falta de mar, tuve el Río Consota. Fue nuestro
pasatiempo deslizarnos por las lomas de la UTP y llegar más arriba del charco
del Salado, a disfrutar esa mezcla de agua fría y cristalina; o emprender
excursiones hasta la cascada de la Quebrada el Chocho.
Muchas veces he montado en bicicleta, haciendo las consabidas
paradas para bañarme en el río Otún, admirando la belleza infinita de esta
cuenca. Caminé hasta la laguna del mismo nombre, a la tierna edad de 14 años, y he recorrido
las veredas, subido al viacrucis y al Alto del Nudo. Elevé cometas y comí pandequeso en el cerro
Cerritos, y monté en las “marranitas” que
transitaban por las antiguas vías del ferrocarril, en inmediaciones del Cauca.
Entrené baloncesto en el Coliseo Mayor, fui a los torneos de voleibol que se hacían en
el de la carrera 4ª, y troté por la 7ª y la 8ª,
en horas de la tarde, esquivando a la gente que no cabía en los andenes,
ante la mirada atónita de los transeúntes que juzgaban un poco exótico hacer
deporte en plena calle.
Caminé descalza por la Circunvalar en noches de bohemia, porque,
para la fiesta, no hay como Pereira, y hasta al Páramo fui a dar, al Rincón
Clásico, al Bar La Chispa (que hoy no existe), a donde Fabián, o a la Rana.
He asistido con entusiasmo a ver las películas de cine arte y a
los eventos culturales cuya oferta, gracias a Dios, viene en aumento; y fui a
fútbol a ver al amado Depor, de glorioso pasado y triste presente.
Tuve la oportunidad de hacer parte de la administración municipal
y, allí, me llegó otra forma de sentir, una manera responsable y hasta sufrida,
porque creí que tenía que arreglarlo todo.
Entonces, empecé a ver mi ciudad de un modo menos romántico, poco
lúdico, se hicieron evidentes para mí
sus defectos, pasé por desencantos y frustraciones, y me tocó hacer un trabajo sicológico,
para dejar de padecerla, para volverla a
ver con ojos enamorados.
He recorrido la ciudad y hablado con la gente. Personas amables, fiesteras y emprendedoras,
con historias de empuje, de tesón, de liderazgo y de realizaciones, que han
hecho de Pereira, en estos ciento
cincuenta años, una ciudad en la que se
vive con una gran calidad de vida, cuyos habitantes,
aunque somos conscientes de que nos faltan muchas cosas, nos sentimos muy felices de vivir aquí. El futuro se abre promisorio, sólo hay que tener
cuidado en tomar las decisiones correctas.
Vivimos en una ciudad joven. Los
ciudadanos queremos que progrese y se mantenga en buenas condiciones. Dentro
de ciento cincuenta años la ciudad será el reflejo de lo que hayamos hecho hoy. Es una
gran responsabilidad. De todas formas hay
que recordar que la responsabilidad es la contraparte de la libertad, y,
libertad es el lema de nuestra ciudad.
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