Hace poco leí esta leyenda en un perfil de Facebook, lo cual,
unido a las observaciones que he oído de algunos funcionarios, me llevó a cuestionarme el sesgo que existe
con respecto a la función pública.
Por definición lo público es bien de todos. Por lo tanto, quienes obran como servidores
públicos deben reunir muchas condiciones.
Además de ser honrados -que es un principio de vida, que no debería
hacer especial a nadie y por lo que no se debería esperar ningún tipo de
agradecimiento-, los funcionarios públicos también deben ser competentes. Es decir, deben cumplir con los requisitos
básicos para el cabal desempeño de su cargo.
Esto difícilmente se cumple, por múltiples razones asociadas
básicamente a la politiquería, que ha llevado a que se configure un estilo de
administración que dispone de los recursos del Estado con fines privados. Estas “mafias”, una vez en el poder,
subvierten el sentido de los bienes públicos,
que pasan de ser usados en beneficio colectivo a servir y nutrir a la
camarilla de turno. Se toman decisiones,
se orientan recursos y, se nombran funcionarios, que garanticen el lucro del
administrador y de su grupo. No estoy
haciendo una acusación concreta, ni me interesa satanizar personas. La lógica del sistema es tan fuerte que la
encarnación de sus formas de actuar carece de interés. Si hoy es Pepito, mañana será Jaimito, y,
mientras se actúe bajo estas reglas los resultados seguirán siendo los mismos.
No obstante, existe un factor que también hace la diferencia. Diez años atrás, el salario de un Secretario
de Despacho era como $4 millones. Una buena
suma, que equivalía a la remuneración a
la que un profesional, con un cargo de responsabilidad, podía aspirar en una
empresa, pública o privada.
Actualmente, la remuneración para estos cargos está cercana a los
$6 millones, la cual parece excesivamente baja, y puede propiciar, entre otras
cosas, que no se puedan reclutar buenos
profesionales, o que los que lleguen trabajen por los “extras”. Existe la creencia de que
los funcionarios públicos no trabajan, pero la verdad es que un Secretario de
Despacho labora 16 horas diarias, sábados, domingos y festivos; y tiene la responsabilidad,
profesional y jurídica, de temas muy complejos. Además, y no es cosa despreciable, estos deben
cargar con el estigma de lo público, son acusados y juzgados a priori como
ladrones, y, esta experiencia queda en la hoja de vida como una mancha, cuando
debería ser un honor.
Toda regla tiene su excepción y sé que existen personas que, haciendo
un verdadero apostolado con vocación de servicio, trabajan por su sueldo. Pero, mientras las cosas no cambien, seguiremos condenados a que los bienes, que tanto trabajo nos ha costado construir,
queden en las manos menos indicadas, o en las de unos suicidas que se lanzan a
luchar contra la corriente y que no hacen más allá de lo que una golondrina
puede hacer por el verano. Definitivamente,
algo tiene que cambiar!!!
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