La
semana anterior, escribía en el periódico La Tarde acerca de las cirugías
estéticas y su relación con los imaginarios.
Quisiera
ampliar un poco mi posición.
Empiezo
por decir que no me opongo a la cirugía plástica, como herramienta eficaz para
corregir defectos mayores, secuelas de accidentes, y otro tipo de alteraciones
que afecten gravemente la imagen que las personas tienen de sí mismas.
Lo
que me interesa resaltar está por fuera de estos casos, y va más allá de los procedimientos
quirúrgicos.
He
querido señalar que, además de los riesgos físicos asumidos innecesariamente en
estos procedimientos estéticos, lo que subyace es una ausencia de principios de
vida edificantes y altruistas, como el
valor del esfuerzo, de la disciplina o el reconocimiento de la diferencia.
Estas ausencias son rasgos propios de las sociedades des sujetadas,hiper
individualizadas en la homogeneidad de la cultura de masas.
Los
quirófanos están llenos de mujeres adultas que se han sentido exigidas por los
estándares de belleza, pasado el esplendor de los años juveniles o registrados
en sus cuerpos las marcas de eventos significativos como embarazos, cambios bruscos
de peso, etc. De adolescentes cuyos
pechos no se desarrollan de acuerdo al tamaño “ideal”, de aquellas que desean
caminos rápidos para lograr una figura esbelta, entre otros casos en la lucha
por la obtención de imaginarios de belleza impuestos, a punta de implantes
mamarios, el retiro de una que otra costilla, nalgas artificiales,o liposucciones.
En
ciudades como Pereira, predomina el tipo de mujer voluptuosa. Sin embargo, en los estratos altos aunque
aferradas al uso de las siliconas, se consolida un tipo de mujer ultra delgada,
hasta límites que rayan con la anorexia, y, últimamente, la ortorexia, que es
una obsesión patológica por consumir comida sana.
Desde
el sicoanálisis se sabe que la construcción del YO, pasa por el reflejo en el
TU. En la construcción del YO femenino
pesa mucho ese TU, representado en la mirada reprobadora de las otras mujeres,
y sobre todo, de los hombres. Sus
comentarios machistas acerca del cuerpo de sus parejas, y esa comparación
permanente con los modelos entronizados por los medios de comunicación,
producen un efecto sicológico demoledor en las mujeres, que buscan desesperadas
parecerse a los referentes mediáticos para satisfacer esa necesidad tan humana
de ser aceptado o amado.
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