martes, 19 de abril de 2016


SOMOS LO QUE DECIMOS SER


El lenguaje nunca es inocente. Es el pensamiento y este configura nuestras acciones.  Somos lo que decimos ser. He ahí el cuidado que se requiere a la hora de articular ciertos discursos.

En un reciente artículo de la revista Semana, el director ejecutivo de la Cámara de Comercio de Cali, Esteban Piedrahita, hace una reflexión sobre el relato como constructor de identidad. Frases como: “Un Valle que se atreve”, o “Un Valle de gente creativa”, son la base de un planteamiento que pretende cambiar las narrativas negativas para apropiarse de unas que inspiren mejores prácticas y comportamientos.

Esta parecería una intención bien fundada y hasta beneficiosa. El problema surge cuando los relatos no tienen sustentos reales, pues no basta sólo con “echar el cuento”. 

Para la construcción de una comunidad imaginada,  es necesario tener un sueño, una visión compartida, en donde la inclusión de todos los actores sociales es fundamental. Y, sobre todo, esa promesa de futuro debe tener en los hechos reales sus cimientos, consultando los beneficios y  efectos indeseados que sobrevendrán a su implementación.

En el entorno local hemos asistido también a varios intentos por acompañar la idea de lo que es o debería ser Pereira: La Ciudad de las Puertas Abiertas, La Ciudad Cívica de Colombia, La Querendona, Trasnochadora y Morena, entre otros.  Más recientemente, La capital del Eje, La Capital del Despecho, o la capital la Rumba.

Tal vez estas últimas, en relación con el tema de la diversión nocturna y la música de tusa,  tengan más asidero en la totalidad de la población, ya que ellas tienen, aunque a muchos nos aterren, fuerte asiento en la tradición cultural y en los gustos populares. 

De todas maneras,  no se trata de sumarse u oponerse porque sí, sino de entender lo que de ancho y de largo tienen estas propuestas.

Saber si ellas representan un ideal propositivo, con el que la mayoría de la población se identifica, que sea posible y viable, ya que la proposición es en sí misma una promesa.  Debe contener algo transformador para mejorar la calidad de vida en aspectos vitales como el nivel de ingresos, pero, teniendo especial cuidado en que lo propuesto no vaya en detrimento de otros aspectos, no menos importantes, como la cultura, la convivencia, y el respeto por el medio ambiente.


De no contar con tales presupuestos, estas iniciativas no pasarán de un efecto mediático transitorio, convirtiéndose rápidamente en mera retórica vacía.

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