jueves, 3 de septiembre de 2015

DE LO QUE SE TRATA

La semana anterior, escribía en el periódico La Tarde acerca de las cirugías estéticas y su relación con los imaginarios.

Quisiera ampliar un poco mi posición.

Empiezo por decir que no me opongo a la cirugía plástica, como herramienta eficaz para corregir defectos mayores, secuelas de accidentes, y otro tipo de alteraciones que afecten gravemente la imagen que las personas tienen de sí mismas.

Lo que me interesa resaltar está por fuera de estos casos, y va más allá de los procedimientos quirúrgicos.

He querido señalar que, además de los riesgos físicos asumidos innecesariamente en estos procedimientos estéticos, lo que subyace es una ausencia de principios de vida edificantes y altruistas,  como el valor del esfuerzo, de la disciplina o el reconocimiento de la diferencia. Estas ausencias son rasgos propios de las sociedades des sujetadas,hiper individualizadas en la homogeneidad de la cultura de masas.

Los quirófanos están llenos de mujeres adultas que se han sentido exigidas por los estándares de belleza, pasado el esplendor de los años juveniles o registrados en sus cuerpos las marcas de eventos significativos como embarazos, cambios bruscos de peso, etc.  De adolescentes cuyos pechos no se desarrollan de acuerdo al tamaño “ideal”, de aquellas que desean caminos rápidos para lograr una figura esbelta, entre otros casos en la lucha por la obtención de imaginarios de belleza impuestos, a punta de implantes mamarios, el retiro de una que otra costilla, nalgas artificiales,o liposucciones. 

En ciudades como Pereira, predomina el tipo de mujer voluptuosa.  Sin embargo, en los estratos altos aunque aferradas al uso de las siliconas, se consolida un tipo de mujer ultra delgada, hasta límites que rayan con la anorexia, y, últimamente, la ortorexia, que es una obsesión patológica por consumir comida sana.

Desde el sicoanálisis se sabe que la construcción del YO, pasa por el reflejo en el TU.  En la construcción del YO femenino pesa mucho ese TU, representado en la mirada reprobadora de las otras mujeres, y sobre todo, de los hombres.  Sus comentarios machistas acerca del cuerpo de sus parejas, y esa comparación permanente con los modelos entronizados por los medios de comunicación, producen un efecto sicológico demoledor en las mujeres, que buscan desesperadas parecerse a los referentes mediáticos para satisfacer esa necesidad tan humana de ser aceptado o amado. 


Sin duda una manifestación de violencia, cuyas principales víctimas somos las mujeres, tristemente con la colaboración activa de nosotras mismas.  

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