El francés Ernest Renan, a finales del siglo XIX, se preguntaba: ¿Qué
es una Nación?
Los incipientes estados nacionales surgieron como resultado de la
propuesta de la modernidad. Intentaron generar una estabilidad a medias en el
polvorín que siempre han sido las comunidades humanas. Fronteras impuestas, tradiciones culturales
amalgamadas, superpuestas a viejos limites geográficos,
cuyos ordenes aparentes y temporales están
perpetuamente amenazados por el trasfondo ineludible de la confrontación.
Ya sea en la tribu arcaica, en los antiguos imperios, en los
reinos medievales, o en las naciones contemporáneas;
arropada bajo la égida del brujo, el sacerdote, el rey o el político, la historia de los hombres está estructurada por los conflictos entre las diferentes entidades
sociales de cada época. De ellos procede el
desplazamiento, que ha sido por siglos el progenitor del desarraigo.
Humanos deambulando por la superficie del globo, desafiando a la
geografía, apenas guardando el aliento necesario para no dar cabida a la desesperanza.
Huyentes de conflictos que proceden de la rapiña por las riquezas de la tierra, pero que también son producto de la pulsión de destructividad humana, ejercida sin
atenuantes sobre los otros por los fundamentalismos de todas las índoles y tiempos: los políticos, los raciales, los religiosos.
Familias desmembradas, lugares perdidos, lenguas abandonadas,
costumbres que se llevan como un fuego a punto de extinción, reavivado todos los días
por el dolor, la rabia y el anhelo de lo que jamás
volverá
a ser. Una realidad de siempre que se exacerba por
periodos como el que hoy vivimos.
Imposible olvidar a los niños
ahogados junto a la madre, arrancados por la furia del mar de las manos de su
padre, náufragos de la balsa
inflable de un mundo globalmente cegado por la ambición. Maldita civilización pútrida, hediendo a billetes de rostros
verdes.
La imagen de Aylan, zapatos azules camisa roja, de cara a la dura
arena del corazón humano, parece apenas despertar a la sociedad occidental de su
indiferencia cómplice y
culpable.
El conflicto Sirio arroja ya 7,6 millones de personas forzadas a
dejar en sus hornos los panes a punto de salir, abandonados a la incertidumbre
del exilio.
Sin embargo, no es necesario llenar la boca de mar para morir de
dolor. Con 6 millones de desplazados,
Colombia ocupa en las frías estadísticas del desplazamiento el segundo lugar a nivel mundial, después de Siria. La tragedia de nuestro tiempo tiene en este
suelo un aterrador teatro de excepción.
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