Recientemente se ha difundido la fotografía de un joven que, según
informaciones, ha asaltado varias casas en el sector de Cerritos.
Y, a partir de este hecho, se ha desatado una especie de paranoia
colectiva.
Nerviosas señoras empiezan a urgir a sus empresas de seguridad en
búsqueda de mayor protección, las ventanas y las puertas se cierran, se activan
las alarmas, y, al mismo tiempo, la vida se oscurece, ante la incertidumbre
proveniente del miedo.
Podría decirse que este muchacho, que no sobrepasa los veinte años-a
juzgar por la fotografía- es un depravado, tan despiadado y descomunal que su
sola presencia en el mundo justifica la desproporcionada reacción que ha
levantado.
No obstante, habría que recordar que esta amenaza, actuante y
real, siempre ha existido, y existirá mientras vivamos en un mundo en el que
cada vez se aumentan las distancias sociales.
Brechas que se abren entre unos pocos privilegiados -encerrados en las
burbujas de los condominios privados- y una masa de desarrapados que a duras
penas comen, que levantan a sus proles ausentes de toda guía, entregados desde
pequeños al consumo de las drogas, expuestos a todo tipo de carencias, de violencia,
y en una ausencia radical de toda ética, circunstancias todas que, repetidas
sistemáticamente, deshumanizan.
Nos enfrentamos, cada vez con más certezas, a las tribus urbanas,
o a individuos salidos de toda norma, y, al ser nosotros de otra “tribu”,
seremos “presa” de sus comportamientos brutales, o, por lo menos, existe la posibilidad de llegar a serlo.
Todo esto es cierto. Pero,
déjenme decir que la peor manera de enfrentarlo es encerrándonos aún más. No hay enmallado que contenga esta avalancha
de injusticia social. Y, además, no vale
la pena habitar el mundo observando la realidad a través de las rejas que
protegen las propiedades.
Humanos enjaulados, recluidos en prisiones llenas de confort y
consumo: esa parece ser la constante en nuestros días. ¿Realmente es sostenible
enfrentar la vida “protegiéndonos” de nuestros semejantes, por el sólo hecho de
ser incapaces de convivir de una manera más justa y equitativa? ¿Se puede vivir
preso del miedo constante?
No digo que toda medida deba suspenderse de inmediato, y
seguramente habrá que aumentar las precauciones.
Pero, de esto, a caer en la insensatez de convertir la vida en una
cárcel, circunstancia de la que sólo se benefician, y es doloroso decirlo, las
empresas que venden servicios de seguridad, hay una gran diferencia.
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