Me impactó la desolación que hoy se vive en la UTP, con un montón
de pupitres apilados, cuyo objeto es limitar la movilidad por los pasillos e
impedir el acceso a los salones. Una alegoría que induce a una pregunta: ¿dónde están los estudiantes?
No conozco los detalles de lo que allí acontece. Pero, me voy a
atrever a decir que, pudiendo existir inconformidades justificadas, errores cometidos
en una gestión que se ha prolongado en el tiempo, el Rector no va a salir por
la puerta de atrás, cuando es indiscutible que él ha realizado una labor, que
puede ser criticada, pero con logros
comprobables. A ojos desprevenidos,
pareciera que la motivación del paro fuera cortar su cabeza. Tildarlo, por ejemplo, de privatizador, no es un argumento muy sólido,
pues es obvio que el modelo de administración le es impuesto y supera su
capacidad de decisión. Ahora, si lo que se pretende es denunciar
actuaciones suyas que hayan violado la ley, para eso existen las entidades de
control, y, en todo caso, no es potestad
del movimiento estudiantil juzgar, disciplinaria o penalmente, su desempeño como servidor público.
Lo más llamativo es la apatía del estudiantado, resignado o
complacido, si cabe decirlo, con una especie de vacaciones extemporáneas. Aunque dicen que las marchas han contado con
una asistencia nada despreciable, y hay una decena de estudiantes que acampan
en la universidad, ejerciendo un cierto
tipo de presión no muy civilizada, lo cierto es que la huelga, hasta ahora, no moviliza
a la mayoría.
Este hecho, por sí solo, no invalida la protesta, sólo deja al
descubierto que, con contadas excepciones, el universitario de hoy es un joven ignorante,
desentendido de cuanto pasa en su realidad inmediata y en el contexto general
de la sociedad. Un cómodo transeúnte de
la vida al que no le angustia la inutilidad del tiempo perdido. Y aunque, por ser ésta universidad pública, muchos
alumnos son de escasos recursos económicos -algunos de regiones apartadas-, y, en general, todos deben estar muy
perjudicados, no se motivan a la acción, ni siquiera a manifestar su posición,
ya sea a favor o en contra del cese de actividades.
Si todo continúa como hasta ahora, de lo que pasa hoy en la universidad
seguirán hablando los pupitres arrumados.
Más valdría reanudar las clases, y que el movimiento estudiantil se
esforzara por involucrar a los estudiantes, ante todo presentes, y ver si sus argumentos logran
convencerlos. La administración ya
alertó sobre la posibilidad de cancelar el semestre, y se conserva en una
pasividad expectante. Algunos han dicho
que hay una intentona de grupos políticos por llegar al poder universitario a
toda costa, y otros opinan que, simplemente, el paro no contribuye en nada a
solucionar los problemas y que le hace un favor al establecimiento. En todo caso, no se entiende cómo es posible que la suerte de la universidad la esté decidiendo una
minoría, así fuere menester suponer que tienen la razón. En medio te todo, las verdaderas afectadas son
las familias. Ellas son las que están
pagando los costos de este paro.
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