martes, 21 de julio de 2015

EL NIÑO DE MANILA Y LA VENDEDORA DE FÓSFOROS

Recientemente se ha vuelto viral en las redes sociales la imagen de un niño que en Manila (Filipinas) hace tareas de noche,  a la luz de las luminarias de un restaurante Mc. Donalds.

Leí el artículo en el diario El Tiempo, en el cual también se menciona que el niño se quedó sin hogar después de que su casa desapareciera tras un incendio en el que pereció su padre.

“A menudo ha sido visto mendigando con su madre en la misma zona, pero muestra una determinación por la educación”, dice el artículo periodístico, y en otro aparte complementa: ‘“Inspirada por un niño”, tituló en la publicación de las fotos, en la que gran parte de usuarios han expresado sus sentimientos de inspiración”.

Una extraña manera de concebir una tragedia, que no es sólo la de un niño sin hogar, sino la de la humanidad, que condena a sus infantes a mendigar y suplirse de elementos requeridos para su habitabilidad en la ciudad, como un espacio de estudio y la energía eléctrica, de las sobras de la opulencia del sistema económico. 

Hace muchos años, en una fiesta infantil, me fue entregada una sorpresa. Era un libro de Christian Andersen, que contenía el cuento La Vendedora de Fósforos.  La imagen de una niña que agoniza en una fría noche de navidad, contemplando entristecida tras las vidrieras de las casas de burgueses acomodados mesas espléndidamente servidas, huérfana abandonada en las calles y condenada a subsistir vendiendo cajitas de fósforos, no me abandonaría ya en el resto de mi vida, y ha dado fundamento en mí, desde temprana edad,  al debido cuestionamiento que cada ser humano debe hacerse frente a las condiciones de vida propias y las de los otros.

La insensibilidad de los comensales ante los ojos de la rapaz infeliz, que los observa, cuya mirada seguramente sólo habrá servido para incomodarlos, es el mismo argumento que desarrolla Baudelaire en su poema Los Ojos De Los Pobres, el cual sintetiza el advenimiento de la ciudad, en el boulevard parisino del BarónHaussmann.


¡Cómo han cambiado los tiempos! La imagen del niño de Manila ha “inspirado” a los humanos contemporáneos, porque para ellos no encarna la desigualdad, que ya no sólo no quieren ver sino que niegan radicalmente, sino un discutible ideal del esfuerzo.  Definitivamente vivimos la era de la sociedad informada e interconectada, en un mar de ignorancia e indiferencia que aterran.

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