Recientemente se ha vuelto viral en las redes sociales la imagen
de un niño que en Manila (Filipinas) hace tareas de noche, a la luz de las luminarias de un restaurante
Mc. Donalds.
Leí el artículo en el diario El Tiempo, en el cual también se menciona
que el niño se quedó sin hogar después de que su casa desapareciera tras un
incendio en el que pereció su padre.
“A menudo ha sido visto mendigando con su madre en la misma zona,
pero muestra una determinación por la educación”, dice el artículo periodístico,
y en otro aparte complementa: ‘“Inspirada por un niño”, tituló en la
publicación de las fotos, en la que gran parte de usuarios han expresado sus
sentimientos de inspiración”.
Una extraña manera de concebir una tragedia, que no es sólo la de
un niño sin hogar, sino la de la humanidad, que condena a sus infantes a
mendigar y suplirse de elementos requeridos para su habitabilidad en la ciudad,
como un espacio de estudio y la energía eléctrica, de las sobras de la
opulencia del sistema económico.
Hace muchos años, en una fiesta infantil, me fue entregada una
sorpresa. Era un libro de Christian Andersen, que contenía el cuento La
Vendedora de Fósforos. La imagen de una
niña que agoniza en una fría noche de navidad, contemplando entristecida tras
las vidrieras de las casas de burgueses acomodados mesas espléndidamente servidas,
huérfana abandonada en las calles y condenada a subsistir vendiendo cajitas de
fósforos, no me abandonaría ya en el resto de mi vida, y ha dado fundamento en
mí, desde temprana edad, al debido
cuestionamiento que cada ser humano debe hacerse frente a las condiciones de
vida propias y las de los otros.
La insensibilidad de los comensales ante los ojos de la rapaz
infeliz, que los observa, cuya mirada seguramente sólo habrá servido para incomodarlos,
es el mismo argumento que desarrolla Baudelaire en su poema Los Ojos De Los
Pobres, el cual sintetiza el advenimiento de la ciudad, en el boulevard parisino
del BarónHaussmann.
¡Cómo han cambiado los tiempos! La imagen del niño de Manila ha
“inspirado” a los humanos contemporáneos, porque para ellos no encarna la
desigualdad, que ya no sólo no quieren ver sino que niegan radicalmente, sino
un discutible ideal del esfuerzo.
Definitivamente vivimos la era de la sociedad informada e interconectada,
en un mar de ignorancia e indiferencia que aterran.
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