Releyendo
a Madame Bovary, la inmortal novela de Flaubert, hago conciencia de ese
lenguaje, tan simple y tan complejo a la vez, de tal forma que cada una de sus
frases pareciera un enigma que remite a infinitas interpretaciones.
Es
la magia de la literatura, aquella que nos dice acerca de nosotros mismos sin
importar el tiempo o el lugar en el que haya sido concebida.
A
través de los mismos signos que bien pueden usarse para comprar el pan en la
tienda del vecino, los escritores crean frases que atrapan lo que está allí
afuera para ser relatado, y usando metáforas y otras figuras literarias
construyen mundos simbólicos con los que nos identificamos: reflexiones sobre
lo que somos, en soledad y también en la relación, fructífera y ambivalente,
con el Otro que nos constituye humanos.
Mi
cabeza da vueltas por estos días tratando de comprender por qué a Emma Bovary
sus intentos de autonomía y autodeterminación le salieron tan mal.
¿Qué
sucio círculo se fue cerrando sobre ella, abandonada por sus amantes y agobiada
por el usurero -iguales todos a los de todos los tiempos-, en su intento por
alcanzar en vida aquello que la salvara de su condición de mujer casada con un
hombre que no la satisfacía en ningún aspecto, y que al final resultó ser el
único que la amaba verdaderamente?
Formas
etéreas que sólo existían en su imaginación y en las novelas que leía, al
volverlas realidad se le fueron desdibujando, y sus sueños románticos se le
escaparon como el agua entre los dedos, al tiempo que su vida se iba haciendo
un nudo que la llevó a la sin salida de su último acto afirmativo: el suicidio.
¿A
algunos de los que leen este artículo, aunque jamás se hayan interesado por
Flaubert, referente indiscutible de toda literatura, les suenan estas
pequeñas tragedias, que a la postre son las únicas que cuentan para cada uno de
nosotros en el lapso que nos es dado vivir?
Si
se animaran a leer esas frases perfectamente construidas, y se dejaran permear
por el núcleo humano que en ellas habita; si desprevenidamente lograran captar
lo simbólico de esta historia y hacerse reflexiones sobre tantos temas humanos
sin respuesta por los siglos de los siglos, llegarían a la conclusión de qué es
la buena literatura, sin necesidad de extensas discusiones o elaboraciones
teóricas.
La
historia es apenas un pretexto, y el instrumento tan solo un vehículo para
lograr lo que el creador se propone: impactar el alma de su audiencia de tal
manera que su vida no pueda ser igual después del contacto con la creación
poética.
Aplica
también para dilucidar si un Nobel de literatura fue otorgado bien o mal a un
cantautor y poeta.
Foto: Archivo Libre.
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