Caimalito
es una población ribereña que forma con La Virginia una verdadera conurbación.
Cruzando el puente Bernardo Arango, los habitantes se movilizan entre ambos
poblados de la manera más amable y sostenible: a pié o en bicicleta.
Recientemente
estuve allí transitando despacio su calle principal, mirando la infraestructura
que tiene este lugar en el que habitan más de 20.000 pereiranos, respirando ese
aire peculiar; tan indefinido entre campo y terreno urbanizado.
Hay un
contraste inmenso entre el centro poblado y su perfil constructivo, y el de su
vecino más cercano, la Zona Franca Internacional de Pereira. Las inmensas
bodegas parecen terribles moles amenazantes frente a las pequeñas viviendas
hechas de ladrillos cocidos y tejas de barro.
Según
la funcionaria encargada de la Responsabilidad Social Empresarial del Operador
de la Zona Franca, aunque se ha pretendido una masiva vinculación laboral de
los habitantes de Caimalito a las empresas que se han asentado allí, lograr
este objetivo no ha sido posible. Entre otros factores, resulta ser que
los pobladores de esta zona no se acostumbran al horario laboral y no tienen
las competencias que se requieren para afrontar un empleo formal. Parece
ser que la concepción moderna del tiempo como recurso productivo aún no ha sido
instalada en sus mentalidades. Al verlos deambular sin camisa y en
chancletas tuve la sensación de que son libres, aunque estén sometidos a
precarias condiciones de vida.
Tal vez
a la hora de la vinculación laboral no basta con intentar adaptar a los
habitantes a las prácticas laborales estandarizadas y sea necesario entender
mejor sus rasgos culturales de población ribereña. Recuerdo que este tipo de
“adaptaciones” se han intentado con éxito en industrias asentadas en la zona de
Yumbo (Valle del Cauca), en donde la presencia de poblaciones indígenas y
afrodescendientes dificultó también la inserción laboral en estándares de
productividad tradicionales.
Sentada
en una panadería pensé en las dificultades de proyectar un territorio tan
amplio y tan diverso como el de Pereira. Recordé a la antigua Sopinga de
Bernardo Arias Trujillo, a Juan Manuel y a Carmelita, enredados en historias
que siguen siendo plenamente vigentes hoy en esa especie de tiempo detenido que
se respira en Caimalito.
Los que
creemos conocer las ciudades y sus lógicas no podemos más que desconcertarnos
ante los rasgos híbridos de nuestra sociedad, que no atiende a una plena
modernidad urbana con sus códigos de habitabilidad y de racionalidad productiva,
y más bien prolonga en el tiempo formas de habitar el territorio y prácticas de
subsistencia que se resisten a las imposiciones del sistema económico y social.
Nos
falta mucha reflexión para entendernos y desarrollar las prácticas sociales y
productivas más adecuadas a la mentalidad de las poblaciones que pretendemos
proyectar y gobernar. Partiendo de la “ignorancia ilustrada” que nos
caracteriza, los intentos de inclusión social que desconocen las subjetividades
y los sistemas de pensamiento de las diferentes poblaciones, estarán
eternamente condenados al fracaso.
Foto
por: Jess Ar
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