Me parece simpático, por decirlo de algún modo, que tanto se
desgasten en discutir y aprobar reglamentaciones que, en su mayoría, son un
saludo a la bandera.
Los veo revolotear, pensar que sus ideas son las primeras y las
últimas del mundo, tal vez soñar con lograr lo que antes no, intentar dejar su
impronta.
Nuevos o viejos funcionarios se enfrascan en discusiones eternas,
buscando una perfección de papel.
La realidad pasa por encima de todas estas disquisiciones. La situación se torna peor cuando, además, se
habita el reino de la fingida inocencia:normas perfectas, exigencia en su
cumplimiento inexistente!
Se discute, por ejemplo, el
ordenamiento territorial. Se sueña con
la ciudad ideal, se proyecta el territorio.
Ay! Si los ciudadanos de a pié pudieran salir con esos mamotretos
decodificados, desprovistos de su saber para burócratas, y darse cuenta de qué
tanto va de la teoría allí depositada a la realidad vista.
La reflexión más obvia sería la inexistencia de una autoridad que
obligue a cumplir lo que, con tan buena fe, se han consignado en los códigos.
Y es verdad: no existe control físico en Pereira, y el ordenamiento
se queda en buenas intenciones plasmadas en el papel, para la gran mayoría. Pero, hay un trasfondo todavía más
importante: estar dispuesto a seguir o burlar las reglas siempre será un tema
de convicción personal, que parte de la conciencia de pertenecer a algo
que justifica el comportamiento, en este
caso a una ciudad que se habita y se considera como propia.
Hay quienes cumplen con todo el rigor de lo impuesto, aunque su
competitividad se vea afectada frente a aquellos que pasan por alto todas las
exigencias. No obstante, sus principios
son más fuertes, y seguirán encontrando la manera de subsistir a la inequidad
en la aplicación de las leyes.
De todas maneras, la demanda
del cumplimiento de lo establecido en la legislación, es decir, un poco de
coerción, siempre viene bien para desmotivar a los dudosos. Porque, a los que están
decididos a pasar por esta vida haciéndolo por encima de todos y de todo, a
esos no hay quien los contenga.Habría que apostar por educarlos en lo que
significa ser ciudadanos.
Para muchos, habitar un territorio compartido, pleno de significantes
y códigos, es una tarea azarosa e incomprendida. Educar para la ciudadanía es un trabajo
pendiente que empieza a convertirse en urgente!
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