Frecuentemente recibo llamadas de asesores comerciales que ofrecen
productos, tarjetas, etc.
Intento tener paciencia, aunque últimamente me intereso cada vez
menos en comprar cosas: mi vida está llena de artefactos que no necesito. He tratado de resistirme a las tentaciones
del consumo, tal vez sin mucho éxito.
Recuerdo cuando, buscándole salidas a la vida, redacté protocolos
de venta e instruí vendedoras, para que intentaran sonar amables y lo menos
fatigantes posibles.
Doy un compás de espera, respiro, y escucho al otro lado de la
línea la voz de quien está haciendo su trabajo.
Todo sucede casi igual en estas llamadas. Se me ofrece la opción única diseñada para mi,
cliente tan especial. La vendedora me
expone, convencida a fuerza de entrenamiento,los prodigios de la oferta, quiere
persuadirme.
Comprendo que su propia vida está comprometida en la venta que
intenta hacerme. Tendrá necesidades: útiles
escolares, ropa, muebles, comida para ella y los suyos. En su voz está el anhelo propio de lo que requiere:
vender lo que otro no necesita para poder comprar lo que le falta para vivir. Es lo inherente al sistema económico:unos que
derrochan mientras muchos apenas subsisten.
Digo educadamente, llamando a la vendedora por su nombre, que le
agradezco el ofrecimiento pero no lo quiero.
Puedo percibir una especie de desconcierto. No importa:¡el manual de
entrenamiento también previó esta negativa!
Entonces, figurémonos Lorena, refuerza su argumento. Me hace una propuesta irresistible, promoción para
clientes difíciles. Me dice que el
televisor, que ella supone que quiero, vale $5 millones, pero si acepto puedo
comprarlo por $2, y me pregunta, asombrada: ¿quiere pagar $3 millones más por el
televisor que desea?
Debo repetirle, en el mismo tono, que no tengo interés. Súbitamente su amabilidad se esfuma, y me
parece percibir que me ha tirado el teléfono. ¡He dejado de ser especial para
ella!
Lo que no sabe, ¿cómo podría saberlo?, es que en mi vida he
comprado un televisor, ni siquiera enciendo
el que hay en casa. ¿Hubiera sido
efectivo usar como señuelo un juego de ollas, unas sábanas? Tal vez. Aunque a mi
desinterés por el producto específico se suma una prevención radical contra el
sistema de crédito de consumo: endeudarse para comprar lo que no se necesita, ¡me
parece un sin sentido!
Mi decisión sobre la televisión es de vieja data, y tiene que ver
con los contenidos y el uso eficiente del tiempo. Pero esta es otra historia.
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