Este es el título de uno de mis cuentos favoritos de Gabo.
Lo leí cuando era adolescente. Hice con él una empatía inmediata,
más que con otros de sus textos, al ser esta una narración de corte
contemporáneo, que, en su mayoría, se desarrolla teniendo a Francia y a España
como telones de fondo.
Aunque contiene imágenes de sabor costeño, incluyendo descripciones
del barrio Manga en Cartagena, no es el escenario autóctono del que se alimenta,
aunque está atravesado por su idiosincrasia, que se refleja bien en la
elaboración del personaje principal, Billy Sánchez de Ávila.
La impresión que causó en mi, pues va complejizándose -transitando
de lo obvio a lo inesperado, agudizándose hasta volverse dramático- fue
inolvidable.
Volviéndolo a leer, recordé otro libro, “El Inquilino”de Javier Cercas, en el que
continuamente se repite esta sentencia:
“las cosas más simples pueden complicarte la vida”. Y,
pensé que, no obstante, también las cosas simples pueden transformarle a
uno la vida. En ello radica la virtud de
la literatura. Leer es vivir
experiencias en cuerpo ajeno, disfrutando del placer de la aventura desde las
seguridad de la propia imaginación.
A diferencia de la imagen, predominante en estos tiempos hiper
modernos, la palabra escrita tiene la ventaja de obligar a dos ejercicios
creativos, como mínimo, el del escritor y el del lector. Se requiere capacidad de abstracción,
sensibilidad y concentración, para penetrar en un texto y dejarse llevar por
él, en esa sensación de arrobamiento enamorado que sólo puede producir la
lectura de un buen escrito.
Una persona, un niño que lee, desarrolla en su cerebro la
capacidad de comprender al Otro (el narrador y los personajes). Puede encontrar consuelo en ello, o sólo entretenimiento,
pero, igualmente, a partir de este ejercicio, es posible que se estimule su
creatividad, para emprender los desafíos de su propia existencia.
Por eso es que, aunque
muerto su cuerpo, Gabriel García Márquez seguirá vivo a través de su obra. Ha legado lo suficiente. Y, de paso, ha
otorgado sentido a una tradición literaria, que no hubiera sido reconocida y
perfilada si él no hubiese existido, por lo menos no del modo en que lo ha
sido. Aunque existan opiniones
contrarias, la literatura universal, y, por supuesto, la colombiana, bebe de
sus fuentes y lo seguirá haciendo por un tiempo indefinido. Paz en su tumba,
y, en este mundo, lectores eternos!!!
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