Esta
era la leyenda que acompañaba a una de las tantas publicaciones en Facebook que
han salido a propósito del paro cafetero.
No soy una experta en el tema del café, pero esta protesta me lleva a
unas reflexiones generales.
La
población que se siente afectada por esta crisis cafetera no pertenece a las
capas menos favorecidas, es decir, los pobres, jornaleros y recolectores,
obviamente también se afectan, pero no son visibles en este paro más allá de engrosar
las estadísticas de desempleo, en las cuales, a propósito, nuestra ciudad ocupa y ha ocupado deshonrosos
primeros lugares. Las personas que,
airadamente, reclaman una solución del gobierno a su crítica situación
económica, son propietarios de tierra, empresarios
del campo, antaño una clase acomodada que ha venido perdiendo capacidad de
maniobra y rentabilidad en sus explotaciones agrícolas.
Entonces,
me pregunto, para donde va un país que, no sólo condena a su gente pobre a la
indigencia, sino que arruina a las clases medias y medias altas, al desarrollar
por largo tiempo políticas macroeconómicas desacertadas, que sólo han beneficiado
a una élite? En donde, paradójicamente, no parecen triunfar quienes trabajan
arduamente y luchan con sus tierras, sino unos tecnócratas capitalinos, que
desconocen las regiones y para los cuales los cultivos son meras imágenes en
libros de texto? Y este sector es sólo
un ejemplo, el manejo bogotano, burocrático y ausente de las realidades del
país, es a todo nivel.
Es
muy grave la situación del campo colombiano, y Pereira, cuya área rural es
cerca del 95% del total de su extensión, no puede estar ajena a esta
calamidad. Aunque, como las demás
ciudades de Colombia es eminentemente urbana, sólo el 17% de su población
habita en la zona rural, y, el peso del café en el PIB municipal a 2011 era del
0,66% (café como producto agrícola, no como producto transformado), y a ese
mismo año todo el sector agropecuario en el PIB tan sólo sumaba el 4%, este es
un síntoma más de la enfermedad de un país que ha condenado a la ruina a los
cultivadores del campo, expulsando a la población hacia las ciudades, con las
consecuencias obvias de empobrecimiento y amenaza de la seguridad
alimentaria. Un esquema de desarrollo en
el cual las ciudades se atiborran de personas que buscan una oportunidad de
trabajo honrado y cuyos sistemas económicos son incapaces de absorber.
Preocupante
lo que pasa pues hoy en este país, y en nuestra ciudad, oímos permanentemente
que la economía va bien, y la pregunta es obvia: cuál economía? Porque los
recursos generados por los hidrocarburos no llegan a la gente común y
corriente. Señores, la economía es una
sola, y en una ciudad o una región, los
que se empobrecen son los mismos potenciales compradores de los productos que
otros sectores ofrecen. Por eso, aunque
no se avizoran contendedores claros, la población reclama un cambio de rumbo, y
la factura por tanto desacierto seguramente será pagada en las urnas.
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