martes, 5 de marzo de 2013

“EN LAS URNAS NOS VEMOS SEÑOR PRESIDENTE”


Esta era la leyenda que acompañaba a una de las tantas publicaciones en Facebook que han salido a propósito del paro cafetero.  No soy una experta en el tema del café, pero esta protesta me lleva a unas reflexiones generales.

La población que se siente afectada por esta crisis cafetera no pertenece a las capas menos favorecidas, es decir, los pobres, jornaleros y recolectores, obviamente también se afectan, pero no son visibles en este paro más allá de engrosar las estadísticas de desempleo, en las cuales, a propósito,  nuestra ciudad ocupa y ha ocupado deshonrosos primeros lugares.  Las personas que, airadamente, reclaman una solución del gobierno a su crítica situación económica,  son propietarios de tierra,  empresarios del campo, antaño una clase acomodada que ha venido perdiendo capacidad de maniobra y rentabilidad en sus explotaciones agrícolas.

Entonces, me pregunto, para donde va un país que, no sólo condena a su gente pobre a la indigencia, sino que arruina a las clases medias y medias altas, al desarrollar por largo tiempo políticas macroeconómicas desacertadas, que sólo han beneficiado a una élite? En donde, paradójicamente, no parecen triunfar quienes trabajan arduamente y luchan con sus tierras, sino unos tecnócratas capitalinos, que desconocen las regiones y para los cuales los cultivos son meras imágenes en libros de texto?  Y este sector es sólo un ejemplo, el manejo bogotano, burocrático y ausente de las realidades del país, es a todo nivel.

Es muy grave la situación del campo colombiano, y Pereira, cuya área rural es cerca del 95% del total de su extensión, no puede estar ajena a esta calamidad.  Aunque, como las demás ciudades de Colombia es eminentemente urbana, sólo el 17% de su población habita en la zona rural, y, el peso del café en el PIB municipal a 2011 era del 0,66% (café como producto agrícola, no como producto transformado), y a ese mismo año todo el sector agropecuario en el PIB tan sólo sumaba el 4%, este es un síntoma más de la enfermedad de un país que ha condenado a la ruina a los cultivadores del campo, expulsando a la población hacia las ciudades, con las consecuencias obvias de empobrecimiento y amenaza de la seguridad alimentaria.  Un esquema de desarrollo en el cual las ciudades se atiborran de personas que buscan una oportunidad de trabajo honrado y cuyos sistemas económicos son incapaces de absorber. 

Preocupante lo que pasa pues hoy en este país, y en nuestra ciudad, oímos permanentemente que la economía va bien, y la pregunta es obvia: cuál economía? Porque los recursos generados por los hidrocarburos no llegan a la gente común y corriente.  Señores, la economía es una sola, y en  una ciudad o una región, los que se empobrecen son los mismos potenciales compradores de los productos que otros sectores ofrecen.  Por eso, aunque no se avizoran contendedores claros, la población reclama un cambio de rumbo, y la factura por tanto desacierto seguramente será pagada en las urnas.

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