Es año electoral, por eso,
ya vemos las vías atiborradas de vallas con fotografías de personajes,
pretendidamente novedosos los unos, viejos conocidos y/o desacreditados los
otros.
El marketing político está
en su apogeo. Palabras que, unidas,
pretenden decir algo, pero que a la mayoría de la gente le suenan vacías,
huecas, cuando no francamente odiosas e hipócritas.
Las invitaciones que nos
hacen son medio risibles: a no seguir
soportando el irrespeto (¿o a no seguirlos soportando a ellos?), a que obremos diferente (¿o a obrar de
frente?), entre otros slogan de campaña que quisieran ser innovadores y no
pueden. Levantan los brazos para dar la
impresión de que, efectivamente, nos
lideran (¿o nos amenazan?). Es que, como
decían las mamás: aunque la mona se
vista de seda, mona se queda.
Seguramente también se
pueden hallar en la escena política senadores y representantes preocupados por
sus regiones, que se esfuerzan en sacar adelante proyectos de desarrollo y no
ponen al mando, exclusivamente, sus intereses personales. A pesar de sus buenas realizaciones, el espectáculo, en general, es decadente.
La base para que, a pesar
de la mediocridad generalizada, muchos consigan su objetivo, no es otra sino la
dependencia que de ellos tienen (¿o creen tener?) las clases con menos recursos
disponibles, y la apatía o la complacencia de las clases favorecidas.
Es una visión ignorante de
la realidad, pero, sobre todo, es una visión torpe. Es el individualismo que campea el que nos
hace actuar como si viviéramos solos en el mundo, y nos impide darnos cuenta de
que la suerte de todos está ligada a la de las personas con las que convivimos,
en el barrio, en la ciudad o el país: grave torpeza.
Los poderosos requieren,
para perpetuarse en el poder, de la ignorancia y la pobreza material del
pueblo, su ambición, aunque sea de acceder a pequeñas prebendas: sudadera, puesto, carné del sisben, casa regalada. Igualmente, cuentan con la complacencia y
hasta la participación de muchos ricos en bienes y haciendas, producto de
su codicia desenfrenada: serán acaudalados pero son pobres de espíritu
y de mentalidad. Y con su cómplice
silenciosa: la indiferencia de los que todavía piensan que esto no es con
ellos.
La pobreza de los unos y
la apatía de los otros permite que todo este engaño continúe, y se repita sistemáticamente. Al verlos, sonrientes y desafiantes, pienso,
más cuentachistes, pero no puedo reírme!!!
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